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Sarah se sentía nerviosa.

Su cerebro le costaba procesar lo que veía.

—Hola —murmuró con cuidado mientras se colocaba junto al chico de ojos azules, cuya mirada tanto pensaba. Sus ojos se alzaron ante el llamado de la chica, pero nunca se cruzaron.

¿Qué esperaba de un ciego?

— Hola —respondió el chico con una sonrisa. Simpático. Sarah lo observó de arriba abajo sin disimulo, aprovechando su incapacidad de verla—. ¿Sabes que aunque no veo puedo sentir tu mirada?

Sarah abrió los ojos sorprendida y algo avergonzada. El calor no tardó en rellenar sus mejillas mientras los latidos de su corazón crecían. Nunca debió haberlo subestimado por su discapacidad. Si esa noche había hecho del tonto, ahora se sentía peor.

—Tranquila —rió. Sarah podía asegurar que no era la voz más hermosa que hubiese escuchado, pero sí una cálida. Por alguna razón quiso escucharla más.

—Yo...—antes de poder decir cualquier otra estupidez, decidió que lo mejor sería mantenerse en el papel de mesera dócil. Con un suspiro, inició de nuevo— Buenos días, mi nombre es Sarah y seré su mesera. ¿Qué se le ofrece?

El chico levantó la comisura de sus labios en un amago de sonrisa. Depositó el menú en la mesa y se encogió de hombros. Pidió un café y un poco decepcionada de no recibir nada más, Sarah lo trajo como ordenó. El chico pagó con su tarjeta de crédito y luego firmó, para retirarse palpando el área con su bastón.

— ¿Qué quería? —preguntó Hatley luego de que la clientela disminuyó y tuvieron un tiempo libre para conversar. Sarah se encogió de hombros mientras veía ensimismada y algo frustrada las gotas golpetear contra el cristal.

— Un café.

—¿Sólo eso?—asentí y la pelinegra observó confundida el mostrador. Por dentro, Sarah se sentía igual— Es extraño, pensé que sería algo importante. Preguntó por una mesera llamada Sarah todo el fin de semana.

—Pues...—Sarah suspiró y bajó del taburete donde había pasado varios minutos descansando—...si quería algo más que un café, no lo dijo. Si me disculpas...—tomó la bandeja y una bocanada de aire—...tengo trabajo.

A medida que la tarde pasaba su amargura y frustración pasaban también, sintiéndose un poco deprimida. ¿Qué creía que el chico haría? Tenía dinero suficiente para acabar con el hambre en la mitad de África, ¿Querría algo con una simple mesera de un dinner?

Obviamente no.

No encontraba una explicación lógica a que la estuviese buscando con tanta insistencia, pero estaba segura de que no la averiguaría. Cuando por fin llegó a su casa, se lanzó a la cama y el sueño no tomó nada en llegar. Estaba agotada tanto física como emocionalmente.

La mañana siguiente en el dinner no fue diferente. Empresarios y esposos con resaca, esperaban por un desayuno rápido que saciara su hambre. Justo dejaba la bandeja en el mostrador para tomar un descanso, cuando Harry se acercó a ella.

—Te buscan en la mesa dos —Sarah frunció el ceño y esta vez, se colocó de puntillas sobre el mostrador nada más para sacar la cabeza y asomarse sin cuidado hasta la mesa dos.

Como supuso, el chico ciego, se encontraba con un bolígrafo en la mano, dibujando algo sobre una servilleta. Sarah frunció el ceño más que confundida y tomando la bandeja, torpemente, se dirigió hacia la mesa.

—Hola —por alguna razón, se sentía más segura, esta vez. El chico volvió a levantar la mirada azul y la dejó en la nada. Sarah ladeó su cabeza ante su sonrisa.

— Hola —hubo un pequeño silencio donde Sarah esperaba que el chico dijera algo. Aún así, nada salió de la boca del chico.

—Uhm, bien —Sarah aclaró su garganta—. ¿Qué se te ofrece?

— Un café.

—¿De nuevo? —preguntó Sarah, tratando de ocultar su desilusión por segunda vez. El chico asintió y siguió con los dibujos en su servilleta.

Sarah lo observó confundida unos segundos más antes de girarse y caminar un poco hastiada hacia el mostrador. Por segunda vez, llevó el café a la mesa del chico y este solo sonrió. Volvió a pagar con la tarjeta de crédito y firmó, para entonces retirarse con su bastón.

A la tercera mañana, el chico no demoró. A las 9:30 en punto, estaba en su mesa, esperando por Sarah con su café. Sarah estaba comenzando a cansarse. El proceso de pedido se repitió, totalmente monótono. Bebió su café, pagó con tarjeta y firmó, para retirarse.

Sin decir nada más.

Los días en el dinner, pasaron a convertirse en semanas y pronto dos semanas enteras habían pasado con rapidez. El chico iba sin falta al dinner a las 9:30, llamaba a Sarah, esperaba por su café y pagaba con su tarjeta de crédito. Firmaba y se retiraba.

No hablaba, no pedía nada, no ofrecía nada. Sólo su café.

Un maldito café.

The DINNER Blind BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora