Prólogo

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Sarah estaba estresada.

Cualquiera que se acercara lo notaría.

Su único pensamiento se basaba en cuentas. ¿Cómo encontraría dinero para su madre?, ¿Cómo pagaría la escuela de Kim?, ¿Cómo cancelaría las cuentas en casa?

Definitivamente, la universidad era un sueño lejano para Sarah.

Se había preparado tanto en la secundaria para lograr ser la primera en su familia que asistía a la universidad. Era su sueño desde que tenía 10. Todo había estado de maravilla hasta hace dos años cuando su papá las abandono.

Sarah no sabe del paradero de su padre y no le interesa. No quiere saber nada del hombre que las abandonó sin un centavo. El hombre que abandonó a su esposa con sus dos hijas. El hombre que prefirió cumplir sus deseos soberbios a estar con su familia.

La madre de Sarah nunca había trabajado. Con la partida de su padre, comenzó a hacerse con trabajos pequeños. Limpiar casas, cuidar niños, cocinar. Actualmente es ama de llaves en el hotel Sea Breeze, con un salario mínimo, por suerte, estable. Aunque les alcanzaba apenas para sobrevivir, era algo.

Sarah, que estaba en su primer semestre de universidad, había dejado sus estudios para ayudar en casa. Cuidaba a Kimberly, su hermana menor, aceptaba trabajos pequeños; paseando cachorros junto a su hermana, hacia de niñera y trabajaba en un dinner durante ocho horas.

El dinero no les sobraba y casi no les alcanzaba, pero les servía para vivir.

Hasta que, dos semanas atrás, su madre enfermó.

Su madre colapsó durante el trabajo. Los doctores dijeron que había sido una advertencia de que su cuerpo necesitaba descanso. No era grave por el momento pero si seguía adquiriendo tanto trabajo sin reposo, los efectos podrían ser fatales.

Como era de esperarse, Sarah aceptó dos turnos en el dinner, más niños para cuidar los fines de semana y muchos cachorros que pasear. Se aseguraría de que su madre descansara y ella se encargaría de pagar las cuentas.

Decidida, levantó la mirada del lavamanos donde había estado lavando su rostro y observó su reflejo en el espejo. Asintió levemente y apretó la coleta en su cabeza mientras sacaba su mejor sonrisa.

—¿Te vas, Shay? —preguntó Kim con curiosidad desde la puerta de su habitación restregando sus ojos cuando Sarah salía del baño. A Sarah le encantaba el cabello rizado de Kim, a diferencia del suyo, rubio y liso, el de Kim era ondulado y oscuro.

—Sí, ¿Te vas? —su madre salió de la cocina, observando desconfiada a Sarah. Odiaba ver a su hija dejar de lado los estudios para pagar las cuentas. A Sarah le dolía ver a su madre en ese estado.

Con el cabello enmarañado, una bata vieja y sus gafas casi destrozadas.

—Acepté el siguiente turno en el dinner, mamá —la mirada de desaprobación en el rostro de su madre fue notoria y aunque Kim, con sus seis años, no estaba completamente segura del por que, sabía que algo andaba mal.

—Sarah, son las once de la noche, no puedes salir a esta hora si...—Sarah no la dejó terminar.

—Madre, será fácil —comentó caminando hasta la puerta de salida—. Nadie va a un dinner a la una de la mañana. No podía rechazar dinero fácil.

—No sé a quién saliste tan terca y necia —murmuró entre dientes mientras volvía a entrar a la cocina. Sarah rodó sus ojos divertida haciendo reír a Kim—. De seguro lo sacaste del lado de tu padre...

—No dejes que salga de casa —susurró a Kim mientras se agachaba a la estatura de su hermanita—. Sí necesitas algo...

—...no dudaré en llamarte —completó la infante con una sonrisa. Sarah sonrió mientras acariciaba con delicadeza la cabeza de su hermana. Ella y su madre eran lo más importante en su vida. Por eso, haría su mejor esfuerzo para protegerlas.

Sarah se incorporó y comenzó a caminar hacia la puerta. Podía escuchar a su madre refunfuñando desde la cocina mientras golpeaba las ollas con fuerza. Justo cuando abrió la puerta, tomando su bolso, la voz de su hermana cortó el aire.

—Shay...—Sarah se giró levemente confundida. Kim entrelazaba sus dedos nerviosa y le daba una mirada nostálgica—...vuelve pronto, ¿Quieres?

El corazón de Sarah se rompía en pedazos al ver la expresión de su hermana y sin querer prometer nada, asintió, lentamente, para salir de casa. Cumpliría con sus horas y traería el dinero que necesitaban.

No dejaría que nada les ocurriera.

The DINNER Blind BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora