Extra iii. El dolor de George.

Magsimula sa umpisa
                                    

—¡Era vuestro sueño! ¡El de los dos! —le había dicho una vez Lee—. ¿Piensas tirarlo por la borda porque ahora él no está? ¡Eso es egoísta y cobarde, George! Deberías seguir con ello, para que esté donde esté Fred, sepa que tú estás dando tu mejor esfuerzo.

Esas palabras habían servido para espabilarlo, pero no eran suficientes para que él se llenase de fuerza y pudiese continuar con la vida que, ahora, tenía que caminar solo. Su vida y la de Fred siempre habían sido paralelas, siempre lo hacían todo juntos y no planeaban ni un detalle de ésta sin tener en cuenta al otro. Por eso, ahora se le hacía imposible el concebir una vida sin él. El que no pudiese contar con él para cualquier cosa que necesitase, como, por ejemplo, para ayudarle a encontrar a la mujer indicada.


Y entonces, todo dio un giro de ciento ochenta grados. Cuando había asimilado, por fin, que su gemelo jamás regresaría a su vida. Esa misma mañana había escuchado su voz en la Madriguera, cuando todos estaban reunidos en el pequeño salón, diciendo que estaba en casa. George había creído que alucinaba, no era la primera vez durante aquel tiempo que se le hacía que escuchaba la voz de Fred.

—¿Tú qué crees, George? —le había preguntado Harry.

—Fred está... muerto —había respondido, sintiendo como su voz se quebraba y como un nudo se formaba en su garganta. El solo tener que decirlo en voz alta era la peor de las torturas.

—No, estoy vivo, Georgie —y, nuevamente, había creído que alucinaba.

Sin embargo, cuando se giró, se encontró a su gemelo apoyado de costado en una de las paredes de la casa. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, incapaz de creerse lo que estaba viendo, creyendo que aquello era un sueño. Era imposible que Fred estuviera allí, delante de él y vivo. ¡Había muerto hacía meses! ¿Entonces, qué cojones estaba pasando?

Observó como todos sus amigos y familiares se acercaban hasta el recién llegado y lo abrazaban, creyendo que estaban presenciando un milagro, que obviamente lo era. Y, entonces, fue cuando George comprendió que no era un sueño, que realmente su gemelo estaba vivo y había regresado a su lado.

—Lo siento, Georgie —escuchó que le dijo cuando se acercó.

Y el mencionado no había tardado en levantarse del sillón que ocupaba y estrechar a su otra mitad entre sus brazos. Las lágrimas acudieron y él hizo todo lo posible por ocultarlas, escondiéndose en el cuello del contrario. Sin embargo, sería extraño que él no las percibiese por los sollozos que se le escapaban. Fred también comenzó a llorar en algún momento mientras le correspondía el fuerte abrazo. Ambos rotos de dolor, pero llenos de felicidad por volver a estar juntos y unidos, como siempre debió ser. Pues ellos eran las dos caras de una misma moneda. Ellos eran las dos mitades de una misma alma. Y ellos no eran nada sin el otro.

George sintió cierta liberación y a la vez, cierto peso, al volver a atarse a la vida. Todas sus ideas anteriores de querer morir para reunirse con Fred se esfumaron. Fred había vuelto y él ya no tenía ningún motivo para morir. Al contrario, quería vivir y aprovechar cada día al máximo con él y con todas las personas que le importaban.

Sin embargo, la felicidad que sintió al tenerlo de vuelta, no duró mucho cuando leyó la carta del ángel que había revivido a su gemelo. Sintió pena y dolor por el contrario al descubrir que había encontrado, en aquel lugar donde había estado, una persona a la que amar y que ahora la había perdido sin más. Pero, también, se sentía increíblemente agradecido con aquel ángel. Quizás era egoísta por sentirse feliz de que Fred estuviera vivo a costa de que el ángel hubiera tenido que renunciar a la única persona a la que había amado. Pero tampoco podía evitarlo. Era imposible que después de tantos meses creyendo que jamás volvería a verlo, no se sintiese feliz al tenerlo allí en carne y hueso.

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