xiv. Despreciable jugadora.

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CAPÍTULO CATORCE

DESPRECIABLE JUGADORA

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Una hora después de que Zaira se hubiese marchado al trabajo, Fred salió por fin de la mansión, después de desayunar con los niños de los sirvientes. Antes de hacerlo, Kain le había guiñado un ojo mientras le sonreía de oreja a oreja. Obviamente, se había dado cuenta de lo que había pasado entre Zaira y él la noche anterior. Quizás, lo había visto en su aura o quizás, los había escuchado; podía ser ambas cosas perfectamente. Pero a Fred le daba igual si todos los sirvientes y no sólo Kain lo sabían, pues él estaba extremadamente feliz. 

La noche pasada había sido la mejor de toda su existencia, jamás había disfrutado tanto con ninguna mujer, pero lo mejor de todo era que había sido con la mujer de la que estaba terriblemente enamorado. No podía haber nada mejor que aquello.


Se detuvo de repente en medio del camino hacia su apartamento. ¿Cómo se le había podido escapar? ¿Es que era idiota? Se le había olvidado lo más importante. Se le había olvidado decirle a Zaira que la quería. Olvidarlo había sido una gran estupidez. Sin embargo, tampoco había nada de qué preocuparse, porque la morena, probablemente, ya lo sabía a la perfección. Además, ella tampoco se lo había dicho... Quizás no era el momento o era demasiado pronto.

Volvió a emprender la marcha y llegó antes de lo esperado a su casa, pero eso quizás se debía a que no era consciente del fluir del tiempo, ya que no podía dejar de pensar en cierta morena. Se preguntaba una y otra vez que estaría haciendo ella en ese momento en el Consejo y en qué consistía exactamente su trabajo, no había llegado a comprenderlo. Además, a veces también se le pasaba por la cabeza el hecho de que ella le había dicho que no tardaría en cumplir los quinientos cincuenta y tres años. Quisiera o no, aquello le preocupaba bastante. Ella era demasiado mayor. Pero la edad no importa, ¿verdad?

Justo cuando iba a abrir la puerta de su apartamento, escuchó los pasos de alguien detrás de él y al girarse para descubrir de quien se trataba, descubrió allí a Leo junto con Anthony; Anthony era un muchacho al que tan solo había visto un par de veces y con el que realmente tampoco había hablado mucho. Era rubio, de cabello corto y en punta, y con unos grandes ojos marrones. Era alto y delgado, aunque mantenía una buena forma física. Más o menos aparentaba la edad de un chico de veintitrés años, aunque el pelirrojo sabía perfectamente que era mucho más mayor, aunque no recordaba cuanto. 

—¿Acabas de volver? —le preguntó Leo, alzando una ceja.

—Sí, pase la noche fuera —contestó el pelirrojo.

—¿Te quedaste trabajando? —ahora frunció el ceño, confundido.

—No, bueno... estuve haciendo otra cosa... —tragó saliva y se ruborizó levemente al recordar lo que había hecho con la morena.

¿Quieres mi ayuda? ➳ Fred WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora