Indómito

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LuHan nunca ansió algo tanto como lo hacía ahora. Cada día era más y más doloroso, sumado el dolor, a la monotonía gris que lo rodeaba.

El calor quemaba su piel, sus pies dolían por el ardiente suelo, pero la necesidad era lo que lo hacía continuar su día a día, en búsqueda de alimento, de agua.

Era un humano, al fin y al cabo, un humano que con la llegada del hielo perdía su consciencia y se dejaba guiar por los peligrosos instintos. Ya no quedaba rastro de hielo, sin embargo.

Lo que aquella noche lejana había sucedido, se quedó en el pasado como un sueño, ni dulce ni amargo, solo neutro. Pensaba en esa criatura majestuosa, la idolatraba, porque era su dios. Jamás vio algo así, alguien así que por cada poro de su cuerpo desprendiera luz, calor.

Él era sublime. Él o ello. En sus ojos vio fuego, vio fiereza, pero también confusión.

LuHan estaba enfadado con él, aunque la palabra enfado se quedase corta. A LuHan le dolía cada momento lejos de él, porque ese ser se convirtió en su droga, en su amor imposible que solo le causaba dolor. Un dulce dolor, sin embargo.

Con el paso de los días aprendió a vivir esperándolo. Volvió a su casa abandonada entre el bosque, y pese a la ausencia de todo su poblado, siguió viviendo ahí, como humano más que como animal.

El frío se había llevado a todos sus seres queridos. El hielo era cruel y no sentía lástima por las pobres almas de los débiles. Solo el más valiente sobrevive, el que se arriesga a buscar, el que se deja llevar por sus instintos.

LuHan no se consideraba valiente.

La casita que consiguió reformar, la rodeó de largas vallas de madera. Era una casita de un piso, pero alta, con las paredes hechas de tablas de madera oscuras, y el tejado de tejas, aunque actualmente faltasen algunas, vagamente sustituidas por otras tablas de madera. El único ventanal de la casa miraba hacia el río, no muy lejano, un pequeño río de caudal pobre, que solo aumentaba en las épocas de frío glaciar, hasta congelarse, y descongelarse en grandes cantidades en primavera.

Vivían anteriormente tres personas en esa casa, y compartían habitación. Era un recuerdo muy antiguo, de cuando él vivía con su familia, ellos en la cama matrimonial de tamaño cuestionable, y él en la pequeña litera, que acabaron usando como leña para el fuego al comienzo del invierno anterior, o el anterior.

No sabe cuándo exactamente dejó de vivir con sus padres. No sabe si alguna vez tuvo padres, aunque todo decía que sí. Aquella casa parecía familiar, pero él estaba confuso, inseguro de si realmente alguna vez llegó a no estar solo.

Quizás su mente le fallaba de nuevo. A veces pensaba que se había vuelto loco, y que aquel invierno nunca tuvo lugar, pero luego lo recordaba, la prueba de que sí que existió, y de que no debía perder la fe. Esa marca de dientes que había dejado en su ahora más grande gemelo.

El invierno se acerca. El invierno está llegando y con él, llegará la muerte. Los árboles se comenzaban a marchitar, perdiendo sus hojas en un infinito baile, hasta encontrar su fin en el húmedo suelo, amontonadas vulgarmente una encima de la otra.

Entre libros, paseos y exploraciones, LuHan lo vio, sintió la primera nevada, ligera y majestuosa caer desde el cielo, y como si fuesen las anteriormente mencionadas hojas, encontraban su fin, esa vez en la cálida piel de porcelana de un peliblanco muchacho, que admiraba con amor y nostalgia el espectáculo.

Había reunido comida. Había hecho lo necesario para permanecer con vida este invierno, porque no se sabía cuándo él vendría.

Justo como el cosquilleo que le provocaban los mínimos copos de nieve, eso sentía LuHan en su estómago, recordando como si hubiese sido ayer, aquel hermoso pelaje cubierto de copos.

Necesidad.  [XiuHan Threeshot]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora