Pesadillas

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Dormíamos tranquilamente como todas las noches. El viento helado se colaba a través de las cortinas y era el pretexto perfecto para abrazarte. Abrazado a tu espalda como un koala abraza a un árbol, me sentía el hombre más afortunado.
Tu cuerpo empezó a moverse cada vez con mayor regularidad, pequeños espasmos en tus músculos fueron la señal que me indicó lo que estaba pasando. Hacía mucho tiempo que no tenías una pesadilla.
Te abracé con más fuerza desobedeciendo el trato al que habíamos llegado hace tiempo: alejarme de ti hasta que lograras despertar.
En una ocasión intenté despertarte cuando tu cuerpo empezaba a reaccionar al pánico de la pesadilla. Te había tomado por los hombros y repetí tu nombre una decena de veces intentando sacarte de tus sueños. Cuando tu cuerpo se sacudió con mayor fuerza creí prudente tomarte con más fuera intentando inmovilizarte y en ese momento me odie por no ser más fuerte. Tus ojos se abrieron de golpe y sólo había miedo en ellos; una de tus manos se soltó de mi agarre y se estrelló con tanta fuerza en mi pómulo izquierdo que un enorme hematoma apareció al instante. El golpe me hizo caer de la cama dejándome sin aire. Un grito ahogado subió por mi garganta cuando el aire no lograba entrar a mis pulmones. Estuve unos segundos intentando respirar y al parecer fueron esos sonidos los que te hicieron volver en sí. Me observaste desconcertado desde arriba y en un abrir y cerrar de ojos ya estabas en el suelo conmigo. De cuclillas a mi lado y con mi rostro entre tus manos hiciste que la tristeza invadiera mi cuerpo. No sabía el porqué.
-Dios, Dios, ¿estás bien? Perdóname por favor.
-Estoy bien, tranquilo, no ha pasado nada –me esforcé por sonar tranquilo, la urgencia de tu voz me preocupó.
Levantaste un poco mi rostro para besar mi frente y la tenue luz que entraba por la ventana nos iluminó. Ahora fuiste tú el que ahogó un grito cuando vio mi rostro lastimado, te alejaste lo más que pudiste de mí, chocaste con la cama y parecías un niño asustado. Estaba seguro que temías lastimarme.
-¿Yo te hice eso?
-Fue un accidente, tú estabas dormido.
-Te lastimé.
-No estabas consciente cuando lo hiciste.
-En mis sueños siempre estoy luchando para mantenerte a salvo y ahora te he lastimado de verdad.
-Fue un accidente –repetí.
Me acerqué y tomé tus manos temblorosas, me levanté lentamente y te obligué a imitarme. Hice que te sentaras en la cama y me vieras a los ojos. No lo hacías, tus ojos parecían estar clavados en el hematoma que teñía mi rostro.
-¿Estás bien?
Negaste con la cabeza.
Me senté a tu lado y te abracé. Al instante tus brazos me rodearon con fuerza y la irregularidad de tu respiración delataron tu llanto. Con una mano acaricié tu espalda y con la otra tu cabello intentando calmarte. ¿Qué habías soñado que te dejó tan alterado?
Te separaste de mí y te limpiaste las lagrimas de los ojos. Saliste de la habitación asegurando que regresarías al instante. Aproveché ese momento de soledad para inspeccionar mi rostro; el espejo mostraba un hematoma que abarcaba casi toda mi mejilla y estaba seguro que no desaparecería en una semana.
Volviste con un pequeño frasco de pomada en las manos, me indicaste que me sentara nuevamente en la cama y tú te pusiste de rodillas frente a mí. A pesar de que cubrías mi mejilla con toda la delicadeza posible el dolor era horrible, corría como rápidas corrientes eléctricas por todo mi rostro.
-Lo siento mucho.
-No te disculpes por algo que no puedes controlar.
Dejaste un pequeño beso en mis labios cuando terminaste tu labor y antes de dormir me hiciste prometer que no debía estar cerca de ti cuando otra pesadilla te asaltara.

Pero aquí estaba otra vez, aferrándome a ti cuando no sabía a lo que te enfrentabas en tus sueños. Alcanzaba a entender que decías mi nombre pero no te despertabas. No te solté hasta que tu cuerpo dejó de moverse. Cuando dijiste mi nombre y estaba seguro que ya habías despertado te solté...
-Gracias a Dios estás bien –fue lo único que dijiste antes de abrazarme y cerrar los ojos. Enterré mi rostro en tu pecho y me quedé dormido después de tanto pensar en lo que podías estar soñando.
¿Algún día me lo dirías?

COLECCIÓN DE HISTORIASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora