Parte sin título 8

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Tras un año de fría y dura guerra, donde varios países se vieron involucrados y la muerte se instaló durante periodos de tiempo inéditos, Benito Mussolini decidió transportar a su familia a la casa de su mejor amigo, ya que él debía viajar a Brennero, al norte de Italia para dar a cabo una importantísima entrevista junto al mismo. 

—¡Entra al puto auto!—. Gritó con el rostro rojo de furia extrema, mientras le daba un golpe en la nuca al mayor de sus dos hijos. —¡Estoy obligándote, Louis! ¿Por qué mierda haces ésto —dijo nuevamente en gritos, mientras señalaba el lujoso coche —, si sabes que tenemos poco tiempo?

El chico de cuerpo curvilíneo y mirada arrogante gritaba y exclamaba en tonos altísimos cómo discrepaba totalmente a abandonar su país y a tener que alojarse en la mansión del Führer Hitler. —¡Mierda papá, déjame en paz! ¡No me largaré de mi propio país! ¡No dejaré ésta poderosa doctrina sólo porque tú me estás obligando!—. Le gritó con furia, mientras unas venas de su cuello sobresalían.

—¡Nuestra familia corre peligro y tú también!—. Habló el hombre calvo, mientras continuaba intentando meter a Louis en el coche.

—¡Nuestra patria Italiana corre peligro, hombre!—. Contraatacó el chico de cabellos chocolate. Un golpe seco de su padre en el pómulo y parte del ojo le desconcertó. Lo que le dió unos diez segundos de tiempo a su progenitor para empujarlo dentro y cerrar la puerta desde afuera. Con rabia Louis se tiró contra la ventanilla, golpeándola secamente con su puño. —¡Te odio, canalla!—. Gritó poses de la ira, mientras que las furiosas lágrimas se le resbalaban por las mejillas.

—Lo siento, hijo, pero no puedo dejar que mueras aquí—. Murmuró en voz alta el Duce, observando cómo el auto se alejaba, hasta parecer menos que una pequeña hormiguita. Debido a las bombas y a los aviones que volaban peligrosamente sobre las ciudades, disparando desde el cielo, la familia Mussolini debía tomar todos los trenes habidos y por haber para llegar a Munich. Lo cual disgustaba aún más a Louis, quien se había percatado de que absolútamente todas sus pertenencias y las cosas de su cuarto habían desaparecido, o mejor dicho, habían sido empacadas para el largo viaje, junto con las cosas de su madre y su hermana. Louis gruñó, mientras lloraba y soltaba patadas al asiento delantero del coche. Echo una furia, su madre y su hermana le observaban con temor, no sabiendo lo que aquél muchacho de 27 años podía hacer.

—Louis, cariño, por favor—. Trató de susurrar su madre, deslizando una mano por la parte trasera del fino traje que aquél muchacho usaba, pero apenas sus dedos tocaron la suave tela, Louis se alejó de un tirón.

—¡No toques! ¡Tu sabías de toda esta mierda y no abriste la puta boca!—. Dijo tajantemente, apuntándole con el dedo índice a su madre, para luego desviar su mirada hasta su hermana. —Y tú...Vil y gorda encubridora. ¡Nunca pudiste insinuarte ni apenas un poco conmigo!—. Apenas escupió las cortantes palabras Charlotte comenzó a llorar con nerviosísmo ante las palabras que su hermano había utilizado con ella.

Durante las horas de viaje que Louis sufrió en el tren hizo lo posible por escaparse. E incluso su madre debió de parar en la estación de trenes para llamar a su esposo para que mandase un escuadrón de diez soldados para controlar a Louis y su dañina furisa. —¡Yo debía morir aquí, con mi patria y mi fascismo!—. Gritó incontables veces, rehusandose a dejar su hermosa Italia.

Y después de casi un día de viajes en trenes que se paraban por horas, Louis, Charlotte y Johannah llegaron a Munich, donde nadie allí les aguardaba y por su propia suerte debían esperar a que Benito se contactase con Adolf para que un coche suyo pasara a recogerles. —¿Cuánto nos falta para llegar a la casa del señor Adolf?—. Preguntó más de cinco veces Lottie, realmente inquieta gracias al apretadísimo corsé que llevaba puesto.

'Ayer le besé por primera vez'.|| Carpeta de escritos.Where stories live. Discover now