—Hola, vos debes ser Cali.

—Hola. —me aclaré la garganta y asentí reteniendo el aire cuando se acercó para saludarme, quedándome paralizada como si no fuese un chico más de los más lindos de todo Puerto Madryn.

—Lauti me dijo que eras linda, pero no pensé que tanto.

— ¿También usas esa frasecita? —pregunté levantando ambas cejas, eso le quitaba un poco de encanto porque no había nada de originalidad en sus palabras, podía ser muy seductor incluso por cómo lo decía, pero restaba mucho usar lo guiones de películas.

— ¿Por qué no la usaría? Tiene mucha verdad, sos muy linda.

—Gracias.

— ¿No me vas a decir lo mismo, no? —preguntó divertido y yo negué, aunque sí me lo parecía, se rió y levantó su mano para llegar a mi mejilla. —me conformo con que me des una oportunidad.

— ¿Cómo te llamas?

—Sebastián. ¿También creerías que ya está usado decirte lo hermosos que son tus labios?

—Un poco. —hice una mueca y él sonrió. —pero está bien, gracias.

— ¿Y puedo yo probarlos un poquito para sentirlos mejor?

— ¿Me querés besar?

—Ajá.

—Qué educado de tu parte preguntar, eso no me parece algo hecho antes.

—Genial porque no pienso comerte la boca como ya hicieron antes tampoco. —dijo y se acercó a cumplir con su palabra.

Se sintió tan bien que una vez más tuve que darle la razón a Lautaro, no me gustaba hacerlo pero acertó cuando dijo que lo que me hacía falta a mí era una sacudida y no mintió, no me importaba tanto de todas formas darle la razón, no iba a decírselo en la cara e internamente estaba tan sumergida en la oleada de placer que hasta gracia me causaba haber caído tan bajo para llegar a lo que necesitaba. Dante no pasó ni una sola vez por mi cabeza durante el tiempo que Sebastián estuvo haciéndome recordar su nombre hasta por los cielos, pero cuando un mensaje de su mamá llegó para preguntarle si podía llevarla al médico porque se sentía mal, no me molestó que se fuera ya que prometió volver a vernos pasándonos los números, y fue entonces cuando me quedé sola y me acordé en lo que Dante no me iba a dar.

—Pero mirá que hermosa sonrisa te dejó Sebas, bravo. —aplaudió Lautaro entrando al cuarto, yo me reí y me senté en la cama. —Al fin querida, adiós malhumor.

—Tampoco era para tanto.

—Estabas infumable.

—Vos lo sos todo el tiempo y vivís derrochando semen. —me encogí de hombros, él se rió sentándose a mi lado.

—Al menos esa sonrisa enmarca mi perfecta cara todos los días.

—Qué vanidoso. —le pegué en el brazo y me acosté hacia atrás en la cama, riendo también se acostó a mi lado.

— ¿Estuvo bien, no?

—Ajá.

—Tardaron bastante, en un momento pensé en interrumpir para saber si él no se había perdido adentro tuyo.

— ¡Lautaro qué asqueroso!

—Perdoname por preocuparme. —se burló. — ¿entonces estuvo bien?

—Estuvo bien. —mentí, estuvo fantástico pero frente a él no lo dramaticé. —Es bueno.

—Te odio, nunca lo voy a saber.

¡Va a ser mío!Where stories live. Discover now