CAPÍTULO 10: HERIDAS

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Los labios de Reece se abrieron abruptamente como si de pronto le hubiesen arrebatado el habla. La boca del muchacho se entreabrió unas tres veces y se cerraron otro par antes de soltar una sonrisa ladeada. Pareció haber quedado absorto y confundido mirándola, hundiéndose lenta y peligrosamente en ella.

―Como amigos, Amy, no te emociones ―bromeó antes de entrelazar sus manos con delicadeza.

―Acabas de arruinarlo ―rio Amy también mientras se dejaba conducir por él a través del largo pasillo sinfín―. Quiero una de terror o suspenso, son las mejores.

Entonces carraspeó sonoramente al darse cuenta de lo notorio que su emoción lucía. Parecía una niña pequeña a punto de ir a un centro de atracciones por primera vez en su vida y eso la avergonzó un poco. Intentó relajarse al oír la voz de Reece recitarle y contarle los planes que tenía para ambos.

―Se supone que son las chicas las más emocionadas con esta mierda de la fiesta de disfraces, ¿vendrías conmigo? Seremos la pareja más jodidamente sexy de la noche, lo puedo ver―espetó emocionado antes de halar ligeramente de ella hacia la derecha.

Su corazón pareció dejar de latir una milésima de segundo antes de agolpar con fuerza en demasía contra su pecho. El calor no tardó en agolpar sus mejillas junto a una sonrisa estúpida que adornó sus labios. Eran aquellas cosquillas que tenía en la boca del estómago aquel preciso instante lo que hacía mucho no sentía. Porque nunca absolutamente nadie la había invitado a ninguna parte. Era la primera vez que un chico la trataba de esa manera, que al menos la invitaba a alguna de esas fiestas tan grandes e increíbles. Nunca había ido en sus dieciocho años a esas grandes fiestas nocturnas, es más, recordaba que Drake hacía de todo para que ella no fuera a la fiesta y así "evitar avergonzarlo en público". Solía ser muy torpe de pequeña, sobre todo cuando rompía algo a su alrededor o quebraba algo que hacía que los demás se rieran de ella.

Estuvo tan perdida en sus pensamientos que muy tarde notó que acababan de entrar al comedor abarrotado de personas. No había una sola mesa libre o disponible, ni siquiera cuando esperó a que Reece tomara su bandeja después de hacer la larga cola de espera.

―Sólo espérame un rato, Amy. Termino de almorzar y soy todo tuyo. Sabes que no puedo pensar con el estómago vacío —insistió Reece mientras halaba de su mano y la arrastraba hacia una mesa en concreta que muy tarde, a su pesar, advirtió.

Hasta que la vio.

No quería ir ni esperarlo mucho menos en aquella mesa que, de solo verla, le ocasionó un doloroso retorcijón en el estómago. Sus ojos escocieron violentos cuando se cruzó con la cruel mirada de Ariel observándola burlona mientras, sentada en el regazo de Jackson, se abrazaba a él con exageración. Quería esconderse donde fuera, con tal que Ariel no volviera a humillarla como tanto le gustaba. Mientras, para su mala suerte, un emocionado Reece la obligaba a sentarse con ellos mientras, con la mano libre, sostenía la bandeja. Amy casi temblaba de pies a cabeza al sentir la mirada de Ariel encima suyo.

―No les importa si almuerzo aquí, ¿verdad? ―espetó Reece mirando hambriento los platos rebosantes de comida.

―Oh, claro que no, Reece ―canturreó Ariel con una mirada tétrica hacia ella que la hizo sacudirse de miedo, imaginando lo doloroso que sería un encuentro entre ellas solas.

Aún tenía el recuerdo de cada vez que Ariel, junto a su séquito, la encerraban en los cubículos de los baños para maltratarla y arrancarle los cabellos; cuando otras veces incluso la golpeaban contra los casilleros o le quitaban lo poco que aveces tenía, cuando la humillaban o cuando hacían de ella un cachorro asustado que no podía defenderse. Ariel se entrometía con ella desde años atrás y nada había cambiado. La mano de Reece presionando la suya la despertó de sus pensamientos cuando, a la vez, veía aquellos alegres ojos grises sonreírle en silencio.

Su dulce debilidad ©Where stories live. Discover now