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Me quedé echada sobre la cama hasta que él salió de la ducha. Ladeé la cabeza para mirarlo, no llevaba nada puesto y algunas gotas de agua se deslizaban desde su abdomen hacia abajo, perdiéndose traviesas en la línea de vello que le llegaba hasta el pubis. Parpadeé rápidamente, no queriendo dejar que mis ojos fueran más lejos, y levanté la vista hacia su rostro. Tenía el ceño fruncido, la molestia era obvia en cada una de sus facciones, pero eso era lo único obvio. Ahora que sabía que él estaba molesto, no tenía ni la más mínima idea del porqué.

Carraspeé suavemente, tratando de hacer que notara mi incomodidad, no estaba acostumbrada a que me mirara de esa forma. Extrañamente, mi acción funcionó, él sacudió la cabeza de lado a lado y suspiró antes de tomar una toalla del montón que había dobladas sobre una silla junto a la cama. La frotó sobre sus rizos, luego la puso en la orilla del colchón y se sentó en ella, entonces se quedó quieto, lanzando una mirada perdida a la pared.

Lo observé durante algunos segundos, sinceramente preocupada por su estado de ánimo. Pasaron un par de minutos, él no daba señas de que pensara moverse pronto, así que me arrodillé sobre la cama y me acerqué a gatas a su lado. Coloqué mis manos con cuidado sobre sus hombros y me recliné contra su espalda, dejando que mi mentón descansara contra el hueco entre su cuello y su clavícula. Desvió el rostro en dirección contraria a mí.

—¿Estás molesto conmigo? —susurré contra su oído, pretendiendo sonar un poco inocente.

No hubo respuesta, simplemente sentí el movimiento de su espalda contra mis senos cuando inhaló profundamente. Levantó una mano, la cual usó para apartar las mías de su cuerpo y se puso de pie. Anduvo hasta el armario, sacó su ropa y comenzó a prepararse para salir a trabajar.

Rodé los ojos y dejé salir un suspiro. Ese día yo también tenía cosas importantes qué hacer. Debía encontrarme con un cliente en un café de la ciudad para discutir los requerimientos de un programa que me había solicitado, habíamos quedado de vernos a las diez de la mañana. No tenía tiempo para tratar de descifrar sus berrinches.

Salté fuera de la cama y me deshice de las pocas prendas que llevaba puestas. Un cosquilleo me recorrió la espalda, pude asegurar que él estaba mirándome. Volteé rápidamente, me topé con el verde de sus ojos, que segundos después regresaron a inspeccionar el nudo de su corbata. Entré al cuarto de baño. Giré el grifo de la regadera, instantes más tarde oí el ruido de la puerta de la habitación cerrándose.

Metí un brazo bajo el agua para probar la temperatura, salía demasiado caliente, así que moví el grifo un poco más y sacudí la cabeza. El cabello me resbaló por los hombros, se regó lentamente por mi pecho y fue a parar debajo de mis senos. Decidí que ya necesitaba un corte.

Volví a revisar la temperatura del agua, esta vez ya estaba perfecta. Coloqué mi cuerpo debajo del flujo y dejé que se humedeciera por completo. Estuve ahí de pie, con los ojos cerrados, durante un par de minutos, inmóvil. La sensación de que algo me hacía falta persistía en lo bajo de mi vientre. Sin pensarlo, presioné un par de dedos sobre mi coño y un suave entumecimiento se extendió de entre mis piernas. Eso era lo que hacía falta. Él me había dejado con las ganas y mi sistema, acostumbrado a ser complacido, no lo aceptaba.

Alargué un brazo hacia la tina y me hice con la regadera de mano, que tenía una perfecta forma alargada. La palpé e involuntariamente me encogí de hombros en aprobación, la regadera funcionaria, por ahora. Tenía que pensar seriamente en conseguirme un dildo, estaba de más que cada vez que tuviera deseos de sentirme bien tuviera que usar lo que se asemejara más a una polla real. Si de sustituir al original se trataba, bien podía pasarme por la sex shop, después de cortarme el cabello, y comprar uno, quizá hasta compraría uno que vibrara. Pero por el momento tenía que conformarme con lo que tenía cerca.

Compláceme... QuiéremeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora