1. Nada

575 46 34
                                    

[René]

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

[René]

¿Tú miras o ves? Porque mirar y ver no son la misma cosa. Me atrevo a decirlo, aunque parezca sacado de alguna película filosófica de poca monta, porque creo que es verdad y porque creo que estoy en posición y en el derecho de decirlo. Me provoca, se me antoja, tengo ganas de hablar de esto, como quiera verse. No es que hable mucho últimamente y soy un ser humano. Por más que lo niegue, necesito comunicarme.

Al cerrar los ojos el mundo desaparece, ¿cierto? De golpe, como si hubiéramos sido arrancados de él en menos de lo que dura un segundo. Este no es un motivo de pánico para nadie, por supuesto, ¿quién no lo ha hecho? Cerrar los ojos es algo que hacemos casi sin notarlo, parpadeamos un aproximado de once mil quinientas veinte veces por día, lo que nos tiene alternando de manera inconsciente entre luz y oscuridad.

Cerramos los ojos y todo se desvanece. Si bien se desvanece con él uno de los sentidos, gracias a ello despiertan los otros cuatro, casi como si hasta el momento se hubieran mantenido en medio de una especie de sueño obnubilado. Los sonidos parecen ser más claros, los aromas más intensos, los sabores más sublimes, el tacto más irreal, más utópico. Despierta el placer en el hacer cotidiano, en lo ínfimo, lo que se considera insignificante, duradero, eterno.

Otra frase asquerosamente popular: en realidad uno no sabe lo que tiene hasta que lo ha perdido. Cerrar los ojos y disfrutar de un pequeño momento sin luz le basta a cualquiera para recordar cuánto vale. Se trata de un diminuto, un fugaz instante de oscuridad, pero de él se puede aprender mucho más de lo que parece.

Aunque, claro, para mí no es tanto como un instante. La diferencia entre la mayoría de gente y yo es que al abrir los ojos después del "parpadeo", para mí el mundo no vuelve a aparecer. De hecho, yo dejé de ver el mundo desde hace ya bastante tiempo.

Algunos (e incluso yo mismo) podrían decir que tiene sus ventajas. No tengo la obligación de ser un testigo más de la repugnancia de este mundo, por ejemplo. No puedo ver a la gente alcoholizándose a diario en los bares. No puedo ver a los animales, abandonados, esqueléticos, cojeando por la culpa de algún desgraciado que los atropelló. No puedo ver el humo negro de las fábricas perdiéndose entre las nubes, ni la cara del imbécil de Gonzalo Requena (un compañero del colegio que me decía maricón porque me gustaba el arte). No puedo ver el agua turbia de los ríos, ni el tráfico, ni a los delincuentes, ni al puñetero gobierno corrupto. Puntos a favor para mi problemita, creo.

Pero, así como no puedo ver todas esas cosas que odio, tampoco puedo ver las cosas que quiero. No puedo ver a mis amigos, ni a mi familia. No puedo ver el sol poniente, ni el cielo salpicado de estrellas, ni la lluvia estrellándose contra la tierra, ni el césped fresco, ni los colores, ni la luz, ni ninguno de los pequeños grandes detalles que todavía tiene la tierra. De hecho, creo que me retracto de eso de que no ver lo malo tiene alguna ventaja. Que no pueda verlo no significa que desaparezca, y el hecho de no poder verlo, pero saber que sigue ahí, es incluso peor, porque me toma por sorpresa, indefenso. Justo como no me gusta estar.

Amar a la nada ©Where stories live. Discover now