Capítulo 10

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—América, ve a atender la mesa seis, por favor –grita Lucas, el molesto nieto de la señora Lidya, quien está sentado en el sofá jugando con su teléfono.

Sirvo un chorrito de leche en las tazas de café recién hecho y alcanzo la crema batida haciendo un espiral en cada una. Después de poner cada taza en una bandeja de plata, me dirijo hacia dónde estaba cómodamente sentado el flojo de Lucas y pateo el sillón, sobresaltandolo.

— Pero tu no estás haciendo nada, ve tú.

— No.

Nadie le dice "no" a América Parker.

— Si, o sino le voy a cambiar la clave al Wi-Fi, y tu no quieres eso, ¿verdad? 

Reprimiendo una sonrisa cuando me lanza una mirada de muerte, me dirijo hacia las mesas para entregar los cafés.

Han pasado ocho días desde la fiesta de la linda y dulce Meghan. Tan linda. Y tan insoportablemente agradable que me dan ganas de estrellar ese rostro de modelo contra una pared de ladrillos. Una y otra y otra vez. También ha pasado ocho días desde que le dirigí la palabra a Jared. Tan dulce. Y tan idiota que cada vez que cruzamos la mirada yo estoy casi en eso de lanzarle un zapato a su adorable rostro. Digamos que lo estoy ignorando, lo que resulta muy divertido cuando trata de hablarme y yo salgo corriendo para que no pueda decirme nada.

Y he de añadir, que ha pasado una semana desde que me estoy quedando en lo de Mía. Me digo a mi misma que es para pasar tiempo con mi mejor amiga. Pero ella y yo sabemos que es para retrasar lo inevitable: que algún día voy a tener que hablar con Jared. Pero mejor tarde que nunca, ¿no? Supongo que lo más tarde es hoy, porque ya tenía que regresar a mi hogar. Realmente todos estos días no he podido pensar en otra cosa a parte del beso entre Jared y Meghan. Porque, maldita sea si no me dolió.

Si, también me di cuenta de que Jared me atrae. Solo un poco.

Limpio la mesa previamente usada por un señor que necesitaba seriamente aprender a comer dentro del plato y agarro la escasa propina que dejó en la mesa. Limpio otras mesas cerca de la anterior y ordeno las sillas y menús para que todo se viera armoniosamente ordenado.

Este era mi cuarto día de trabajo en la cafetería. Y para ser una especie de principiante en esto del trabajo, consideraba orgullosamente que nadie dejaba las mesas tan limpias y ordenadas cómo yo. Sin hablar de los ponquesitos de chocolate. Los cuales por cierto, tendría que estar preparando en estos momentos en vez de estar de pie mirando a Lucas ordenar algunas sillas.

Él se gira, y me atrapa viéndole. Una sonrisa ladina se apodera de sus labios.

— Deja de sonreír, idiota —refunfuño, sacando la harina para los ponquesitos.

Guiña un ojo en mi dirección: — No te avergüences de mirarme, dulzura. Ya me acostumbré a tus miradas de deseo reprimido.

¿Deseo reprimido? ¿Y este quien se cree? ¿Christian Grey y que yo soy su Anastasia que tiene que dejar salir su diosa interior?

— Tu ego te consume cada día más, querido Lucas. Yo no te miro con deseo reprimido. Ni que fueras un modelo de Abercromie.

Llevo la bandeja al horno, y lo ajusto a la temperatura correspondiente. Sacudo la harina de mis manos y empiezo a limpiar mi lugar de trabajo.

— Oh, pero podría serlo, sólo observa —señala, posando como en las revistas de modelos. Su camisa blanca se levanta, dejando ver parte de su estómago plano y bien definido. Me atraganto al ver el borde de sus calzoncillos. Lucas sonríe orgulloso —. Allí está, estás babeando.

Una chica rubia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora