2 | René Descartes

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René Descartes

Entré plácida y aburridamente a la escuela y todo seguía exactamente igual. Los populares acaparaban la entrada y los pobres mortales como yo, teníamos que esquivar la onda expansiva que traía consigo el medio litro de perfume que las insípidas jóvenes se tiraban encima de su ropa de marca y su flácida piel, por la falta de ejercicio. Logré distinguir a lo lejos una silueta familiar –bueno la única silueta a la que podría considerar familiar sin tener algún lazo sanguíneo de por medio–, y caminé con las manos dentro de los bolsillos de la sudadera.

–Hola monstruo– dije sin evitar una sonrisa.

–Te extrañé Quique– dijo ella lanzándose sobre mí para darme un abrazo.

Katy era la única persona no familiar a la que considero mi hermana, porque sí, era prácticamente una hermana pequeña para mí. Solíamos pasar horas hablando de libros y películas o discutiendo argumentos sobre el papel del sujeto en la construcción de modelos e idealismos sociales. Y es la primera mujer que no usa maquillaje y si ve hermosa; no lo decía yo, lo decían los tipos que estaban detrás de ella cuales perros ante un hueso.

– ¿Listo para el "anteinferno"? –citando a Passolini y Saló o los 120 días de Sodoma con su voz suave y cantarina mientras tomaba un sorbo de su café americano.

–Né– dije con desgana.

Entramos al nuevo salón que se le fue asignado al grupo y afortunadamente estaba en la segunda planta, donde había calefacción. Nos sentamos en las filas intermedias hasta el fondo, como los ermitaños y solitarios que éramos y nos limitamos a esperar. La gente comenzó a fluir y veíamos las mismas caras que las del semestre pasado, unas más feas que otras pero al final las mismas. Estaban los populares por supuesto que eran los que se sentaban en la esquina derecha a lado de nosotros y del otro lado estaba "los équis", como así nos llamaban. Esperamos unos dos minutos entre el bullicio y las anécdotas intragables que mis compañeros contaban hasta que llegó el maestro Vega.

Por alguna extraña razón, adoraba a ese profesor solamente porque era de las personas más claras y directas que había conocido. No daba rodeos, no te daba explicaciones y en cada examen te dejaba a tu suerte. Literal. Comenzó el clásico discurso que repetía durante cada inicio de ciclo y explicó los términos de su materia. Una vez terminado el breve discurso comenzó a explicarnos de lo que trataría todo el embrollo. Corrientes filosóficas.

Todo alumno que había cursado esa materia con anterioridad la odiaba fervientemente. No solo porque era incomprensible, sino porque era la clase más aburrida de toda la vida en la preparatoria. Para mí, resultaba la única materia que me parecía entretenida.

Terminó dejando algunas cuantas tareas y se retiró del aula, todo esto en menos de veinte minutos y todos salieron despavoridos hacia el gélido exterior matutino. Nosotros optamos por quedarnos dentro, y esperar la hora restante que faltaba. Platicamos de todo, de sus vacaciones en la playa, de mis vacaciones tirado en el suelo de mi casa, de su novio el metalero, de mi cansina vida amorosa, de todo. Estábamos sentados sobre la ventana que daba hacia las canchas cuando Beto llegó, nuestro compañero de grupo. Él era el "buena onda del grupo" y se hablaba con todos, incluyendo a nosotros.

– ¿Cómo van? –preguntó con una de sus clásicas sonrisas de oreja a oreja que tanto me molestaba y comenzó, otra vez, su intento fallido de sacarnos plática.

–Bien, aburridos de iniciar la rutina– dije sin ocultar el desazón que sus cachetes me provocaban cuando sonreía. Se inflaban cual pelota.

Obviamente se dio cuenta de que no le prestábamos atención alguna a las palabras que nos escupía y optó por irse, al igual que Katy, porque en el preciso momento en el que él se iba, llegaba triunfal Roberto, su novio. Roberto me caía bien, solo por el simple hecho de ser el novio de mi mejor amiga y porque no me quedaba de otra. Era el clásico metalero que escuchaba música ruidosa y movía los brazos como loco simulando estar tocando "la batería más chingona del planeta", como decía él. Y me quedé ahí solo, otra vez.

Decidí ir por mi reproductor de música que estaba en mi mochila y regresé a mi puesto en la ventana. Veía la gente caminar y me ponía a pensar sobre la tarea que el maestro Vega había dejado. René Descartes.

Había leído obras sobre él una vez que mi abuelo escribió un artículo sobre la importancia de su legado filosófico. Sí, el artículo trataba sobre el Cogito Ergo Sum, como ya me lo anticipaba y fue ahí cuando decidí ir a la librería a comprar un libro. Aunque a decir verdad, el "Pienso, luego existo" no era lo que realmente me ponía a pensar, era otra cosa. Descartes para mí era un acertijo duro de asimilar, y podría decir que estaba de acuerdo con cada uno de sus supuestos; él pensaba que con pensar bien se actuaba bien, al igual que yo lo hacía, pero que al usar este método lo único que lo dejaba era frustrado. Y sí, al igual que a mí con el suceso del autobús.

Recordé en ese momento la escena y cada una de las cosas que pensé y efectivamente, me dejó frustrado. Estaba muerto de la curiosidad con esa voz gruesa a mis espaldas y lo único que hice fue asentir con la cabeza. Pero, ¿pensé bien y solo contestar con un "Sí", insípidamente? Y sobre todo, ¿actué bien al no voltear mi cabeza y evitar verlo? Pero aún más inquietante era ¿Y si no pensé bien ni actué bien? ¿Y si mejor hubiera volteado a verlo y quitarme esta jodida curiosidad que no se iba? ¿Estaría tranquilo? ¿O estaría peor?

Mis meditaciones se convertían más bien en una lucha encarnizada entre el método y la lógica de la razón del mismo, que lo único que hacía era confundirme más y desear que alguien me envenenara con arsénico, como a Descartes, pero no. Eso no pasaría porque casi nadie de mis posibles enemigos conocería el veneno y en su lugar usarían un arma de fuego, como acostumbran los asesinos normales. Me encontraba ya bastante desesperado por encontrar esa evidencia o idea indubitable que proponía la primera regla del método porque para ser sincero, era la que nunca encontraría, siempre dudaría sobre si hice bien o mal limitando el movimiento de mi cabeza al responderle aquel sujeto. Pero como sea, casi no consigo solventar mis dudas.

Seguía viendo al alumnado pasar por los pasillos del campus como si fueran hormigas en un hormiguero. Siendo cuerpos inherentes caminando sin rumbo fijo y siendo todo, menos lógicos ¿Por qué la parejita de allá estaba tirada en el piso habiendo bancas por toda la escuela? ¿Por qué los del equipo de futbol estaban entrenando con todo ese frío infernal allí afuera?

Me preguntaba tantas cosas y ninguna respuesta hallaba. De pronto pasó, a lo lejos, no tenía la mochila negra en sus espaldas, ahora tenía un suéter azul. Me arranqué los audífonos de los oídos con un tirón de cuerda y me puse a observar más detenidamente. Su suéter era azul con rayas rojas en forma horizontal muy bonito, ví también sus pantalones que eran de mezclilla, tenía unos tenis también bonitos pero que no veía bien por la lluvia que comenzó a caer lentamente. Estaba de espaldas, cosa que me frustraba aún más y a mis ganas de verle el rostro y saciar toda mi curiosidad contenida. Un café americano, eso compró. Me sorprendí a mí mismo observando a un tipo con el que había cruzado solamente una palabra, y sí, me asusté por las cosas que estaba haciendo y me despegué rápidamente de mi puesto cerca de la ventana y me senté del otro lado del aula.

Pero no, mi necesidad por saber más y verlo pudo doblegar mi razón obviamente y no pasó más de dos minutos para regresar al lugar en el que me encontraba; la lluvia se había hecho más intensa y ya no lo alcancé a ver cerca de la cafetería, de hecho ni siquiera sabía dónde se estaba refugiando o si había salido corriendo con todo y vaso de café o si ya estaba en clases. Todos mis compañeros comenzaron a entrar al salón y tuve que retirarme de la ventana, y con ello, seguir escuchando la letanía que mis nuevos maestros traían consigo hasta terminar las clases para taladrar mis incautos oídos y mi corta paciencia. Sin embargo, el hecho de la ventana trajo consigo aún más preguntas que el propio hecho del autobús, y mi cabeza comenzó otra vez con la rutina de las suposiciones.

Al menos, pude encontrar la idea indubitable que estaba buscando desde la mañana: "Descartes me había noqueado con su discurso del método".

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⏰ Last updated: Jul 03, 2016 ⏰

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Punto Ciego (Novela)Where stories live. Discover now