ENERO 2010 - 1 | Ruta 33

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Estaba a oscuras, bueno, eso intuía yo porque no veía nada alrededor ni veía prácticamente nada, claro. Y no escuchaba nada, como siempre pasaba. Mi abuelo solía llamar esto como falta de sueño -no se refería al acto mismo de dormir, sino al acto de soñar-, mientras que mi abuela le llama cansancio extremo, donde la mente lo que menos quiere es estar imaginando cosas abstractas y burdas, y mejor desconectarse por completo. Pero lo peor del caso es que mi mente si estaba consiente, porque no veía nada y no percibía nada, l pero lo sabía. Era como estar en un punto ciego y tú ser el punto, al mismo tiempo. Afortunadamente no duró más de 10 segundos para salir del estado de "inconciencia consiente" y escuchar el chirriante ruido del despertador violando gravemente mis tímpanos y mi sueño mismo. Abrí lentamente los ojos tratando de evitar la aflicción que da al ver la luz por primera vez en el día pero que al final nunca se logra nada; restregué mis ojos con flojera tal, que lo único que hice fue palparme la cara y salí de la cama tropezando con mis propios pies y chocando con cualquier cosa posible, incluyendo la pared.

Llegué al baño y abrí como pude la puerta, entré y lo primero que hice fue verme al espejo.

-Horrible-pensé para mis adentros.

Estaba pensando que las vacaciones decembrinas habían hecho bien su trabajo. No porque me hubiera puesto obeso y tendrían que rodarme calle abajo para tomar el autobús, no. Mis dedos ya tenían ese color amarillento y distintivo que los fumadores tienen por agarrar el cigarro encendido, tantas cajetillas en la basura -desde principios de Diciembre hasta hoy, principios de Enero-, habían dado frutos. Mi cabello siempre fue un caso aparte, porque es un desastre obviamente y porque jamás obedece a los productos capilares ni a los fijadores, solo se acomoda de una forma y no hay nada que hacer, tenía el cabello tan largo que cubría la mayoría de mis orejas y un mechón me colgaba frente al rostro. Me molestaba el mechón realmente porque cada que respiraba, un poco de pelo rozaba mi nariz y me hacía estornudar, pero tantas fiestas en la casa de los tíos evitaron su trasquilamiento. En cuanto a mi rostro, pues... seguía igual. Nada de barba ni bigote, mis cejas pobladas, ojos grandes, boca mediana, todo igual.

Hice lo que tenía que hacer, lavé mi cara con un poco de jabón y cepillé mis dientes con calma, el aturdimiento ya había cesado considerablemente a estas alturas del partido y salí del baño en calzones; fui al closet para sacar unos jeans de mezclilla y la playera de uniforme escolar.

Me cambié, coloqué todo en su lugar, me puse los tenis y salí directo a la cocina. Mi madre es de las personas que jamás se cansa y si en algún momento eso sucede, aun así, sigue haciendo lo que esté haciendo. Estaba preparando el desayuno cuando la saludé, le dí un beso en la mejilla y ella respondió dándome un zape y me dijo:

-¿Despertaste a tu hermano? Te dije que no te olvidaras, se le hará tarde para el trabajo.

-No lo olvidé Emma, pero ya está haciendo ruido, seguramente saldrá corriendo en cualquier momento.

Y sí, Mario salió echo una bala y solo alcanzó a despedirse de nuestra madre. Mi hermano es la persona más desobligada que conozco, no por nada dejó la escuela hace un año sin poder terminar un semestre en la preparatoria; claro, mi madre casi lo mata al enterarse que su hijo ni siquiera había entrado a clases durante los últimos meses, pero mi padre, que es más flexible, evitó que la masacre ocurriera a plenas horas del día en medio de una escuela pública.

Punto Ciego (Novela)Where stories live. Discover now