Me sostuve de la pared para no caer desmayada una vez más.

—¡Por favor, mírenme! —grité, sabiendo que mi voz no alcanzaría a despertarlos de algo que me estaba torturando a mí.

Miré en dirección hacía la escalera y Robert bajaba con Blenti en brazos, mirándome con piedad en sus ojos.

—No me ven —mi voz se quebró—¡¿Qué es toda esta mierda?!¡¿Por qué actúan como si no me viera?¿Por qué actúan como si no existiera?¡Yo no quiero esto, quiero a mi familia de nuevo!

Estaba desesperada. De un día para el otro ya nadie podía verme. De un día para el otro todo se había convertido en un infierno.

Tenía miedo y nadie podía prometerme calma.

Me abracé a mi misma y lloré.

Por favor, que todo fuera como antes.

Sentí el brazo de Robert rodear mis hombros y me atrajo hacia su pecho, consolándome con un endulzante olor a limón y mientras mi hermano también me daba un abrazo, algo asustado por mí tristeza.

Su apenada mirada me decía claramente que eso era lo que él sentía: desesperación.

No me quedé de brazos cruzados. Continué insistiendo, gritándoles con fuerza que los amaba y que me miraran, pero nada pasaba, ellos seguían en lo suyo.

—¡Deben mirarme, exijo que me miren!

—Angélica...—musitó Robert, advertente.

—¡Mamá, papá, soy su hija! —los ojos de mi madre estaban puestos en el televisor—¡Mamá mírame por favor!

Quise arrojar el televisor al suelo, pero para mi sorpresa, era pesado. No podía moverlo ni un centímetro.

Todo era pesado para mí y eso me enfurecía más.

No podía mover nada, ni siquiera el florero para hacerlo trizas contra la pared.

Posé mis ojos en las fotografías familiares y caí de rodillas al suelo al ver que mi imagen no estaba en ella...había desaparecido.

Mamá y papá estaban junto a mi en los parques de Disney. Me estaban abrazando y le sonreíamos a la cámara que sostenía Dylan.

Ahora sólo estaban ellos solos, abrazando a un ridículo peluche morado que no había visto jamás.

En otra fotografía estábamos Olivia y yo jugando a las cartas...y ahora era Dylan el que estaba con ella.

Desesperada continué mirando las fotos familiares colgadas en la pared, con la esperanza de que mi imagen esté allí, intacta, pero ya no estaba.

—Esto no me puede estar pasando...—acuné mi rostro empapado de lágrimas entre mis manos y grité con el llanto quemándome la garganta.

Había muerto para los seres que amaba...y estaba viva para los que me querían para ellos.

—Vamos arriba, Ángel. —escuché a Robert decir, con voz cálida y apagada.

Lo miré destrozada y me ayudó a levantarme del suelo.

Tomé a mi hermano en brazos y lo abracé con fuerza.

—Yo voy a cuidarte mucho. —me prometió él, apoyando su naricita contra mi mejilla.

Sus palabras fueron más reconfortantes de lo que se oían. Él era lo único que me quedaba ahora.

Subí a mi habitación y me paré en seco en el lumbral de la puerta.

No te olvides de Angélica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora