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El bullicio de las personas en la calle, bocinas de autos desesperados y el sonido de las sirenas, invadían cualquier centímetro vital. La ciudad era protagonista de una de esas noches enérgicas, en las cuales cualquier minúsculo objeto del entorno, se convertía en el peor de los contratiempos para los justicieros. Era un robo más, uno de esos que no tenía un final decisivo, donde el destino siempre se encargaba de dejar a un lamentoso perdedor.

― ¡Detengan el auto y sean buenos bastardos!

A través del megáfono se escuchaba la potente voz del policía. Frustración acompañada de ira, era lo que albergaba su cuerpo y su límite había sido sobrepasado, como para lograr controlarlo. Las siguientes palabras quedaron en su garganta cuando música del tiempo actual comenzó a salir del auto primero. Tiró el intercomunicador estampándolo contra el tablero.

― ¡Una más, una estúpida vez más, son unos malnacidos! —dijo otra vez entre dientes.

Un Packard Twelve 1005 de 1933 innovado con componentes de última generación, les llevaba la delantera; cuestionando a los autos policiales, los que no eran suficientes para dar con el fin: capturar al par de maniáticos que desde hacía un par de años perturbaban la paz del país entero con sus actos delincuentes. Desde ese entonces, todos los intentos por acabar con ellos, se iban volando.

El fuerte de aquel par, era el designado como conductor del Packard; parecía ser experto innato. La agilidad con la que el alucinante auto se desplazaba sobre cualquier terreno, era acto deslumbrante. De las mil persecuciones implicadas, jamás se había presenciado algún accidente por parte de aquella carrocería blanca; ni leve ni grave. Sin embargo, los autos policiales tendían a provocarlos, debido a las mofas de aquellos criminales.

― ¡Esta será la última oportunidad, malnacidos! ―el superior de cabello corto volvió a sentenciar en el intercomunicador.

Estaba hasta la coronilla de ser el encargado cuando aquellos dos hacían acto de presencia con un nuevo delito. Una parte de su cerebro le repetía que era absurdo intentar atraparlos; las cuentas del tiempo en tal situación, sin resultados positivos, le hacían reforzar la idea.

― Estamos en desventaja, Kyungsoo. El festival de bienvenida será una distracción a favor de ellos, nosotros no podemos atentar contra la vida de las personas. Estamos fuera de ganar... otra vez. ―la intención de su compañero no era poner sus nervios de punta, lo sabía, nunca decía sus palabras con la intención de desencantar, pero ciertas veces llegaba a odiar ese lado suyo; en el que no medía lo que su lengua soltaba sin pudor.

― Lo sé, Minseok. Nuestra ética no va con lastimar a los demás, a los inocentes, pero estos bastardos me tienen pisando el infierno mismo. Haría cualquier cosa por verlos entre mis manos, como ratones en las garras de un león.

― Tu metáfora es muy intensa. Les odias, lo entiendo. Sólo recuerda que somos nosotros y una patrulla más, esto es imposible, Kyungsoo. ―la voz de Minseok expresaba cuán pesaroso se sentía. También estaba cansado de aquellos hombres, pero a un nivel distinto.

― Y ellos son dos en un maldito auto, ¡uno solo! ―alternó la mirada entre su compañero y la carretera― ¿Qué tienen en la cabeza? Según los reportes la anciana era familia del mayor entre ellos, ¡están locos! ―el tono era de repulsión e impotencia. Pisó aún más el acelerador, cuando se percató de que el auto blanco había ganado una cantidad de distancia gracias a su distractora conversación.

―Nunca se relacionó realmente con ella. En el historial de la anciana se especificaba sufrir pérdida de memoria constante, por poco declarada con Alzheimer. Estaba por mudarse a un asilo, siquiera la hirieron y cuando entramos, ella se encontraba tranquila en su habitación.

Travesías [CHANBAEK]Where stories live. Discover now