13. Caprice 24.

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Yuuichirou y Mikaela, ya con el estómago lleno, caminaban por las calles las cuales ahora estaban repletas de gente más tranquila que la que se habían cruzado al mediodía.

Mika no paraba de preguntar para qué servía cada cosa que vendían en las tiendas, o porqué la gente hacía malabares a cambio de un par de billetes o monedas. Para él era algo artístico, pero para otros era demasiado cruel.

Yuu se detuvo en una tienda de ropa.

—¿Tendrás mi talla, Mika? —preguntó.

—No somos muy distintos, Yuu-chan. Tres centímetros no es casi nada.

—Veremos eso cuando lleguemos a casa, sino me volveremos a este lugar.

Continuaron con su recorrido turístico donde el azabache preguntaba si tenía alguna dificultad con sus pies, ya que parecía como si el rubio lo hubiera hecho antes, casi como una acción cotidiana.

De repente, se escuchó una melodía desconocida para el ojiazul, por lo que se obligó a voltear.

—¿Qué pasa, Mika? 

Yuu también volteó. Pudo ver cómo su amigo miraba con ojos fascinados a aquel instrumento pequeño de madera. No sabía qué le gustaba más, si el violín o la melodía que salía de él.

Lo tocaba una chica de cabellos rubios casi como los de Mika, el arco subía y bajaba a gran velocidad, coordinado de alguna manera con los dedos de la joven.

Miles de notas salían del violín a gran velocidad, con algunas alteraciones u acentos, se apreciaban todos los sostenidos de aquella particella invisible de dos cuartos.

Los ojos desorbitados de Mikaela demostraban toda la admiración que sentía al escuchar todas las fusas, semifusas y los diminutos silencios provenientes de aquel instrumento de cuatro cuerdas que parecía llegar al punto del clímax.

—Yuu-chan, por favor dale dinero. —Pidió con cierto brillo en los ojos.

El azabache lo hizo, no solo porque se lo pidieron, sino porque sintió la gran necesidad de demostrarle cuánto valoraba su talento.

Aquella joven lo merecía. Merecía que su esfuerzo sea reconocido aunque sea a través de halagos. Merecía que reconozcan su talento al tocar el Caprice 24 de Paganini.

Se quedaron allí, al menos a un metro de distancia para que la chica no los golpeara con el codo. Sus ojos estaban concentrados, mirando hacia el cielo como si allí pudiera vislumbrar las notas correctas. Su rostro era un cuadro abstracto que cambiaba las curvas en cada compás de aquella pieza. Todo en ella era un arte.

Una vez que terminó de tocar, suspiró con pesadez y bajó el violín de su hombro para dedicarle una sonrisa a su pequeño público.

—¡Tocas genial! —halagó Mikaela con una sonrisa gigante.

—Creo que soy tu fan —dijo Yuu, fascinado al igual que el rubio.

—Yuu-chan, yo también quiero tocar así —deseó por fin viéndolo a los ojos. El azabache ya había extrañado no ser el centro de su atención.

—Puedes aprender en la escuela de música —le dijo la rubia, sonriente—. Allí te puedes inscribir fácil.

Mikaela sonrió aún más, sin temor a demostrar su alegría frente a todos.

—Bien, muchas gracias por oírme, el dinero también lo aprecio —le dedicó otra de sus deslumbrantes y sinceras sonrisas, y se puso de cuclillas para guardar el instrumento en su estuche.

Ambos le sonrieron en respuesta y siguieron caminando, yendo para el apartamento de Yuu.

—¿Mañana podemos ir a la escuela de música? —preguntó Mika, con una nueva ambición.

Mermaid.【Mikayuu】〖Yuumika〗#ConcursoMejorFanficDär berättelser lever. Upptäck nu