CONEXIÓN (PAUSADA)

CAPÍTULO XV

Ruth sentía que se había quitado un gran peso de encima. Era increíble lo fácil que le había resultado contarle sus mas íntimos secretos a Gordon y lo bien que los había recibido éste. Quizás no era tan "imbécil y engreído"como ella había pensado y encima era guapísimo y súper original. Tenia que buscarle algún defecto si no quería caer rendida ante él, no estaba dispuesta a ablandarse ante ningún chico por ahora. Desde pequeña había tomado esa decisión, nunca dependería ni económicamente ni emocionalmente de ningún hombre.

Había visto a su madre llorar muchas veces, cuando su padre no aparecía durante toda una noche, borracho en cualquier bar de mala muerte, o llorar porque no había cobrado lo suficiente para llegar a fin de mes, su padre había gastado más de lo que debía en vicios.

Al recordar escenas de ese tipo sentía una furia interna hacia su padre, que no tardaba en desaparecer cuando recordaba que casi siempre llegaba a casa con alguna golosina para ella, debido a los remordimientos seguramente.

Su padre no era mala persona, y las quería a las dos, pero era un hombre muy débil, incapaz de afrontar problemas. Hijo de un borracho maltratador y una madre que los abandonó cuando él era muy pequeño, dejándolo solo con aquel monstruo, Marvin se había criado sin afecto y con miedo a todo lo que le rodeaba. El matrimonio, una hija y las dificultades económicas, eran demasiado para él, la bebida hacia que se olvidara de todo. Pero jamás les puso una mano encima. A veces cuando estaba muy borracho, la abrazaba llorando y le decía entre sollozos: "Ruth cariño, papá te quiere, nunca te haré daño", para minutos después dormirse durante horas y levantarse con una gran resaca sin recordar nada de lo que había pasado.

Marvin había intentado muchas veces dejar de beber, lo había intentado por su madre y por ella, para hacerlas felices, pero siempre había terminado recayendo y cada recaída era peor que la anterior, se volvía a aferrar a la bebida con mas ansias y descontrol.

Ruth recordaba con especial nostalgia, una de las veces que lo había intentado. Ella tenía unos cuatro años y desde su cama oía como su madre gritaba y lloraba en la cocina. Su padre pedía perdón entre llantos a su mamá y le prometía no volver a beber nunca más. Había llegado a casa casi por la mañana, después de haber quedado inconsciente de tanto beber en la silla cutre de algún garito que ni él mismo recordaba cual era. Su mamá amenazaba con dejarlo y él se desesperaba intentando que ella lo perdonara.

Ruth se levantó medio dormida al oír las voces, fue a la cocina y vio a sus papas que en seguida se quedaron callados al verla allí, en el umbral de la puerta frotándose los ojos soñolientos.

— ¡Hola papi! —. Ruth corrió hacia su padre, subiéndosele en su regazo y abrazándole el cuello. Seguramente su papá le había traído alguna golosina, casi siempre lo hacía.

Su padre mientras abrazaba a Ruth y las lágrimas le resbalaban por la mejilla miraba a su madre con ojos suplicantes mientras movía los labios articulando tres palabras casi inaudibles: "Por favor perdóname".

Después de ese episodio su papa estuvo más de una semana sin probar el alcohol, fueron los días más felices de los tres juntos. Su papi les prometió llevarlas a conocer el mar y cumplió su promesa. Hizo un trabajo de reformas en una casa, que le pagaron muy bien y se marcharon los tres un par de días a la playa. Fueron con unas mochilas y una tienda de campaña y al llegar Ruth estuvo con la boca abierta cinco minutos mientras no paraba de correr por la arena y decir a sus papas: "¡Mirad cuánta agua y cuanta arena!". Se tiraba al suelo y rodaba como una peonza llenándose de arena por todos lados. Aquello debía ser el paraíso.

Por la noche encendieron una fogata y estuvieron contemplando las estrellas y como resplandecía el agua del mar a la luz de luna hasta muy tarde. Ruth no recordaba cómo se quedó dormida, seguramente en brazos de su padre mientras escuchaba a su madre reír conversando alegremente con su marido.