3 👻 Fantasma y poltergeist

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No tenía intenciones de despertar a Mei, pero no fui consciente de lo que me estaba pasando hasta que sentí su mano helada en mi frente. Me quejé. La escuché salir con estrépito. Regresó en compañía de la Misionera y le dijo con una mezcla entre preocupación y recelo:

—Desperté y la escuché murmurando. Creo que delira...

La mujer estaba acostumbrada a que las estudiantes la engañaran con enfermedades ficticias, así que sugirió un baño de agua helada que me provocó escalofríos y estornudos, pero fue inútil para bajar la fiebre. Esperaron hasta el amanecer antes de despertar a la enfermera, que me tomó el pulso, escuchó mi corazón y mis pulmones, escrutó el fondo de mi garganta, vio mis ojeras y me dio unas pastillas para dormir. Dijo que iba a estar bien, que necesitaba descansar, pero cuando la Misionera le preguntó qué enfermedad me aquejaba, no supo responder.

—Parece exhausta —comentó simplemente.

No atinó a decir: «Está sudando las sombras que tiene dentro».

—Me quedaré contigo —dijo Mei cuando las adultas se marcharon.

—No te preocupes por mí —murmuré somnolienta y le di la espalda—. Es domingo. Ve con tus padres...

Cerré los ojos. Me concentré en las partículas de mi cuerpo. Se sentían aceleradas, saltarinas, como si quisieran escaparse al viento y dejarme expuesta. Lo mismo sucedía con las palabras mecanografiadas de la carta: se escapaban del papel, volaban, no podía atarlas a mi memoria. Las había leído una y otra vez para convencerme de que eran reales. ¿Y si no pertenecían a la Escritora? La firma bajo ellas parecía la suya, pero ¿y si alguien me gastaba una especie de broma cruel?

No. Imposible. Nadie me conocía lo suficiente. Nadie se tomaría la molestia de hacerme algo así.

«Te amé y nada de lo que ha pasado es culpa tuya».

Quería convencerme de que las palabras eran ciertas.

«Salvar a alguien no es tarea de nadie».

Pero era difícil deshacerme de la culpa. No podía dejar de pensar que si yo me hubiera esforzado, si hubiera sido una mejor hija, si hubiera buscado ayuda, la Escritora seguiría con vida.

***

El aroma a fideos me despertó. Había dormido el día entero. Mei estaba de regreso y traía consigo su usual provisión de comida casera. Cuando bostecé y me senté de piernas cruzadas entre las sábanas, me alargó un tazón de sopa humeante.

—Le dije a mi madre que estabas enferma y envió esto para ti —explicó sin mirarme a los ojos—. Come antes de que se enfríe.

—Gracias —le dije, conmovida por su gentileza.

Intentó enseñarme a usar los palillos, pero desistió cuando se dio cuenta del temblor de mis dedos y prefirió sentarse a repasar los apuntes de Química.

Me dieron ganas de hablarle sobre la muerte de mi madre, pero al igual que ella con los palillos, abandoné la idea enseguida. Estaba segura de que, una vez abriera el grifo de mi pecho, reventaría una cascada que no podría controlar. Además, tenía asuntos más urgentes que atender.

No dejé una gota de sopa en el tazón. Me sentí vivificada.

—¿A dónde vas? —me preguntó al ver que me quitaba el pijama.

—A dar un paseo.

—Está helando y acabas de recuperarte de una fiebre.

—Por eso llevo el abrigo.

Bajo las sombras [EN LIBRERÍAS] (EMDLE #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora