– ¡_____! – chilló ella.

De inmediato se agachó y me cogió de las axilas tirando de mí hacia arriba para dejarme de nuevo  sentada sobre la camilla.

– ¿Por qué te soltaste? – preguntó indignada.

– Pensé que podría hacerlo yo sóla...

– Pues al parecer no – comentó frunciendo sus labios con cara pensativa –. Espérame aquí un momento, voy a ir a buscar una cosa.

Unos cinco minutos después, reapareció por la puerta llevando consigo una silla de ruedas.

– ¿Voy a tener que ir ahí?

– Sí. Por el momento esta es la única solución para ayudarte a que te desplaces.

– ¿Y cuándo podré volver a caminar? – quise saber hecha un manojo de nervios. Eso de no poder caminar aún me estaba asustando.

– Realmente no lo sé, es raro que todavía tus piernas no reaccionen correctamente. Le diré al doctor que te hagan algunas pruebas cuanto antes para comprobar que no haya ningún problema – me aseguró. Ella se puso delante mía y de nuevo volvió a tenderme sus manos – Ahora agárrate a mí, pero esta vez de verdad. No te sueltes bajo ningún concepto.

Pasé mis brazos alrededor de su cuello y me aferré a ella como si me fuera la vida en ello. Quedé muy asombrada por la facilidad que tuvo las dos veces para levantarme, tenía mucha fuerza, aunque también ayudaba el que yo no pesara más de cincuenta y pocos kilos.

– ¿En qué habitación se encuentra él? – le pregunté. En esos momentos me llevaba por un pasillo desierto de gente y en completo silencio a excepción de los escalofriantes pitidos de los electrocardiogramas en las habitaciones de los pacientes.

– En la 354. Está justo encima de la tuya, tenemos que subir un piso.

Cuando llegamos a la planta de arriba, insistió en que probara a manejar la silla yo sola antes de seguir. Me costó un poco por la fuerza que requería en los brazos, pero gracias a lo poco que pesaba me fue un poquito menos complejo. Para ser la primera vez que probaba la silla no se me daba nada mal. Todo era cuestión de acostumbrarse.

Miraba atenta todas las etiquetas que habían al lado de las puertas dónde estaban indicados los números de las habitaciones mientras contaba mentalmente y avanzaba con Sirenia a mi lado. 344, 346, 348, 350, 352… y ahí estaba, 354. Me detuve frente a la puerta cerrada durante un tiempo considerable, examinándola atenta y planteándome si de verdad quería hacer aquello. Estaba muy nerviosa, pero sí, lo quería hacer. Él ni siquiera se daría cuenta de mi presencia, así que no había motivos por los cuales alterarse.

– ¿Quieres entrar ya? – me preguntó ella.

– S-sí, claro.

Sirenia caminó hasta la puerta sacándo una tarjeta que introdujo posteriormente en la ranura que actuaba de cerradura. La puerta se abrió con un leve 'click'. Ella se hizo a un lado abriendo la puerta de par en par y permitiéndome la entrada. Cogí aire lentamente por mis fosas nasales, lo solté en un intento por calmar mis absurdos nervios y entré en la habitación sin más vacilación.

Era prácticamente igual que la mía, menos en el tamaño de su ventana, la cual era más grande, dejaba entrar la luz con más claridad y ocupaba toda la pared derecha. En aquel sitio había un excesivo y fuerte olor a medicinas que tampoco coincidía con el olor de mi habitación. Quise por un momento salir corriendo allí al encontrarme mareada, pero me repuse rápidamente cerrando los ojos y manteniendo mi mente alejada de la realidad por unos segundos.

Vuelo 1227Where stories live. Discover now