La pregunta ardía en mi garganta, y finalmente encontró su salida en un susurro apenas audible:

—Dios mío... ¿qué eres?

La incertidumbre llenaba la habitación, y mi mirada se cruzó con la de él, que ahora miraba al suelo con sus manos nerviosamente entrelazadas.

—¿Ella era tu madre? —me preguntó.

—Sí. Por favor, responde a mi pregunta —imploré, mi voz temblando de anticipación, consciente del peso de lo que estaba a punto de descubrir.

Un inesperado estruendo interrumpió el aire denso, la puerta de la sala se abrió de golpe y la voz de Ethan se coló en la habitación.

—Oye Robert, he conseguido un par de libros para ti y seguro que... —Ethan se detuvo en seco cuando me vio, y su mirada se movió entre mí y el chico del violonchelo con confusión y asombro en sus ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —su tono de voz se elevó con incredulidad—. Deberías estar en clase.

Mis labios permanecieron sellados, mientras una revelación silenciosa brotaba ante mis ojos. 

Él podía ver al chico del violonchelo, una verdad que no podía negar. 

La tensión en la habitación era palpable, cargada con emociones no expresadas y secretos que parecían a punto de desbordarse.

La ira en mí era un fuego que crecía y no podía contenerla más.

—¡Ustedes dos me van a explicar ahora mismo qué demonios está pasando! —estallé, dejando escapar mi furia contenida en un torrente de palabras.

Robert, sin embargo, permaneció impasible ante mi enojo, su mirada se dirigió hacia el cielo a través de la ventana. 

La confusión y la tensión crecían en la habitación, como una melodía disonante que aún no había encontrado su armonía.

—Se está nublando, Ethan—le advierte Robert.

—No me sorprendería que lloviera también granizos—le responde Ethan.

—Tengo miedo de que llegue aquel día. Mis padres apenas recuerdan mi nombre.

—El miedo siempre te invade, y no te culpo—contestó Ethan, caminando hacia él y dándole una palmada en la espalda en forma de consuelo.

—¡¿Me van a ignorar?!¿Qué demonios pasa aquí?! —grité, perdiendo la paciencia.

—Yo que tú no digo la palabra demonio, preciosa —soltó Ethan con toda la tranquilidad del mundo, mientras apoyaba los libros encima del piano antiguo.

Froté mi frente y respiré hondo, intentando calmarme.

—Claro, y me dices diablilla como si no fuera la misma mierda —carraspeé—¿Cómo puede ser posible que lo veas a él—apunté a Robert—y que mi madre no?

Se encogió de hombros, y le lanzó una sonrisa de burla a Robert, quien continuaba con expresión asustadiza.

—Es humano. —se limitó a contestar.

Lo miré con los ojos bien abiertos.

—¿Qué?¡No te burles de mí, y esto ya me está asustando demasiado!

—Quiero verle la cara cuando su imagen en las fotografías se vayan desvaneciendo. —le dijo Robert.

—No seas una basura, Robert. Eso es lo que más duele.

—No, duele más cuando tus propios padres se olvidan de ti. —corrigió él.

—¿De qué MIERDA están hablando?

¡Me estaba volviendo loca, ya no podía soportarlo más!

Ethan, por fin me dedicó la atención que les estaba pidiendo.

—Oye Robert, ¿se lo decimos o la hacemos sufrir un poquitin más?

No podía creer que se estaba burlando de mí.

¿Qué mierda le había visto a aquel tipo?

Su trasero, su espalda grande y firme, sus ojos que te hacen derretir con tan sólo tenerlos posados en ti, ¿quieres que continué?  Se burló mi subconsciente que rápidamente callé.

—Díselo, no seas estúpido. —soltó el chico del violonchelo.

—Ñe.

Ya harta de todo, me acerqué a paso veloz y e intenté darle un puñetazo en el rostro pero él fue mucho más rápido y atajó mi puño con una de sus manos.

Sin rendirme, intenté atacarlo con mi otra mano, pero la atrapó con facilidad.

—¡Wow tranquila, loca!

—Hay una cosa que siempre se olvidan de proteger los hombres. —dije entre dientes.

—¿Qué cosa, preciosa? —se burló, demasiado divertido.

—El amigo que cubres con el pantalón.

Y dicho esto, golpeé con mi rodilla su entrepierna.

Acto seguido, Ethan me soltó y cayó al suelo arrodillado, ahogando un grito y carraspeando maldiciones.

Miré a Robert y éste rápidamente retrocedió, con los ojos bien abiertos.

—¡Eres un ángel! ¡Te juro que eres un ángel! ¡Por favor no me dejes estéril, te lo suplico!

Mi respiración se cortó.

Miré a Ethan, quien se encontraba fulminando a Robert por sus palabras.

—¡Juro ser yo mismo el que te deje sin herederos, idiota! —carraspeó él, apretando los dientes.

Negué con la cabeza, mirándolos desconcertada.

Me fui.

No te olvides de Angélica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora