– Tendría que hacerte algunas preguntas... – meditó el doctor en voz alta analizando mi estado emocional –, pero creo que lo mejor será que me vaya y te deje sola para que descanses, ¿de acuerdo? Una enfermera vendrá con algo de comida en un rato. Yo volveré mañana por aquí para asegurarme de que no empeoras.

– Vale, muchas gracias – le dije realmente agradecida.

Hasta que él no salió de la habitación apagando la tenue luz encendida y permitiendo que el silencio volviera a inundar la habirtación, no fui consciente de que fuera comenzaba a llover. La luna había quedado oculta tras las nubes, por lo que ahora estaba todo completamente oscuro.

Intenté con todas mis fuerzas resistir la tentación y no llorar, pero era demasiada la presión que tenía sobre mí. Estaba muy conmocionada. No quería pensar en lo que a partir de ese momento sucedería con mi vida, puesto que sabía que mi estado no haría otra cosa más que empeorar, pero la incertidumbre por saber en manos de quién quedaría mi custodia me superaba. Sí, era cierto que nadie me había comunicado de forma directa la muerte de mis padres y de mi hermana, pero de algún modo pretendía ir amortiguando poco a poco el dolor para cuando realmente me confirmaran lo evidente. Siempre fui muy negativa, y en esta ocasión no sería menos.

Pasada una media hora, tal y como el doctor dijo, una enfermera trajo una bandeja con comida y la dejó sobre una mesita plegable delante mía. Una hora entera estuve removiendo la sopa con la cuchara y mirándola de forma retadora a la vez que pretendía que desapareciera sola, como si de algún truco de magia se tratara, cosa que, lógicamente, no resultó. A pesar de haber estado unas cuarenta y tantas horas sin ingerir nada de alimento, no tenía ni una pizca de gana de volver a probar la comida. Sólo quería llorar, llorar hasta secarme por dentro y morirme, pero eso último iba a estar complicado, ya que me tenían bien vigilada todo el día.

Aparté la bandeja a un lado y me acomodé entre los almohadones arrellanándome contra ellos, consiguiendo una postura medianamente adecuada para dormir, o por lo menos para intentar hacerlo. Al principio me costó, pero finalmente conseguí dejar mi mente en blanco y caí rendida.

                                                *     *     *

Desperté sobresaltada por una horrorosa pesadilla que acababa de tener. Estaba empapada en sudor, como si me hubieran tirado un cubo lleno de agua encima, y mi corazón latía desbocado, como nunca antes recordaba que lo hubiera hecho. Había revivido el accidente de nuevo con todos, absolutamente todos los detalles. Parecía todo tan real...

Al no haber ningún reloj en la habitación, debía basarme únicamente en la luz que salía de la ventana si quería hacerme una idea de que hora podía ser. Estaba amaneciendo, quizá las seis o las siete de la mañana serían. 

Durante lo que me parecieron horas eternas estuve mirando el techo de mi habitación tratando de encontrar alguna anomalía en él, lo cual, al ser completamente blanco, al igual que mi mente estaba en esos momentos, me resultó realmente complicado. Ya ni la pena ni el dolor propios de la situación que vivía me atormentaban. Era como si el botón imaginario de mi cuerpo que dejaba mi organismo en pause hubiera sido presionado. 

Había pasado el suficiente tiempo como para empezar a extreñarme de que ningún trabajador del hospital, ya fuera médico, doctor, enfermera o recepcionista, hubiera decidido pasarse por la habitación a hacerme una visita, lo que hizo que en mi cabeza una bombillita se encendiera instantáneamente. ¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué no hacer uso de todas mis fuerzas y tratar de romper aquellos tubos que me rodeaban la cara y me conectaban a la máquina de oxígeno? ¿Realmente quería hacerlo? De alguna forma o de otra, algún día llegaría la hora de mi juicio final... así que, ¿por qué no adelantarme al destino y trazar yo misma mi propio camino? Si lo pensaba bien era incluso un privilegio para mí frente a otras personas el poder decidir si morir en ese momento o no.

Vuelo 1227Where stories live. Discover now