CAPÍTULO 4: RECHAZADA

Magsimula sa umpisa
                                    

Muy tarde pudo reaccionar cuando la pelirroja la soltó con el suficiente ímpetu como para haberla hecho tropezar y casi caer al suelo de bruces si, irónicamente, Wood no la hubiese sostenido. Aún así no dejó que siguiera acariciándole lenta y muy suavemente el brazo adolorido cuando se alejó de él como si su contacto le quemara.

No dijo nada y simplemente se fue pensando, una vez más, que no necesitaba la ayuda de nadie.

Los chicos como Reece eran simplemente compatibles con chicas como Ariel.

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Días después, y sintiéndose estúpidamente ridiculizada, su mirada quedó atascada sobre la imagen de Reece susurrándole muy animado a una pelirroja al oído. Sus ojos se movían sobre la pareja empalagosa que no dejó de toquetear se en ningún momento, sobre el chico que coqueteaba con Ariel, aquella pelirroja que tanto odiaba, como lo más normal del mundo.

Por alguna razón no podía evitar sentir que le arrancaban una parte de su pecho cada vez que veía aquel panorama. Peor aún, no tenía idea de por qué parecía que restregaban el suelo con su corazón, que lo pisoteaban y lo descuartizaban en pedazos.

Como fuera, sólo estaba segura de algo. Estaba cansada, harta de que la trataran como si ella valiera lo mismo que una piedra. Estaba harta de todos, pero sobretodo de él.

—¿Puedo saber qué sucede? —murmuró una voz muy cerca suyo con suavidad, la yema de un dedo acariciándole de manera casi imperceptible la mejilla.

Tragó en grueso y se dispuso a no mirarlo cuando una mano rodeó sus hombros hasta empujarla contra un cuerpo mucho más grande que ella.

—Suéltame, Ross —espetó bruscamente, impaciente.

—Puede que no lo recuerdes, pero se supone que me esperarías en la tarde para ir al gimnasio —susurró sobre su cabeza con cierta decepción—. ¿Dónde... estuviste? Estuve esperándote ayer en el estacionamiento.

De una sacudida se zafó del agarre de Jackson. Conocía muy bien su juego, amable y encantador con ella frente a los demás pero molesto y fastidioso cuando estaban a solas. Si no lo conociera bien incluso pensaría que tenía una extraña manía con acorralarla en cualquier parte.

—Termina tu actuación, Ross, no estoy de humor.

Él insistió, soltando una risa y alejándose a un par de metros de distancia.

—Y yo tampoco. Ya son las cuatro y el estúpido de Reece me pidió esto, yo no hago las cosas gratis así que elige, ¿vienes o pretendes seguir siendo una pequeña enclenque?

Se puso de pie y lo encaró envalentonada, molesta por fastidiarla y, peor aún, por la pareja que no dejaba de manosearse en la mesa contigua del comedor.

—No soy una pequeña enclenque —espetó.

Aunque quizá alguien como él sí podía enseñarle mucho. Así podría defenderse de estúpidas como Ariel y no se dejaría amedrentar jamás por él mismo cuando se le daba por fastidiarla.

—¿Entonces qué esperas? —sonrió Jackon ampliamente, como un niño en Navidad que recibía el juguete que tanto quería—. Empecemos, sé que te mueres por darle un buen golpe a Drake —farfulló de pronto a centímetros de distancia, el rostro de Ross bajando imprudente por su oreja, acariciándola con los labios de manera imperceptible.

—O a ti.

¿Cómo podía estar tan cerca de él sin temblar? Quizá estaba demasiado furiosa con el mundo como para importarle que otro más pudiera hacerle daño. Por supuesto, no dejaba de detestarlo con todas sus entrañas.

—O a mí, prometo dejar que me beses si eres buena alumna.

—No, qué asco.

La sonrisa de Jackson se borró antes de tomarla del brazo y conducirla por todo el pasillo.

—Ya quisieras besarme.

—Sí, claro, Ross, lo que digas.

Su sonrisa triunfal quedó petrificada cuando llegaron frente a una moto negra y elegante que jamás había visto en su vida. El ceño fruncido porque algo ahí era demasiado extraño cuando Jackson se apoyó en esta con los brazos cruzados y una sonrisa egocéntrica.

—¿Qué tal? ¿Te gusta? —dijo él en un largo suspiro, palmeando el asiento.

Se veía demasiado caro y lujoso como para ser real.

—Es... linda.

Sus ojos subieron desde las llantas, pasando por el asiento y los cascos previamente colocados hasta detenerse en él. Entonces un sonrojo agolpó sus mejillas cuando se vio bajo la insistente y fuerte mirada de Jackson Ross observándola con intensidad.

—Preciosa —rectificó él antes de montarse—. Sube, debemos irnos.

Fue en ese momento cuando todo podía empeorar o mejorar. Amy simplemente no debió haberse subido, ni mecho menos abrazado a él.

Su dulce debilidad ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon