‒Estoy impaciente.

Y sin decir más, nos encaminamos hacia el restaurante. Apenas tardamos cuatro o cinco minutos en llegar, pero fue un camino completamente silencioso. Aunque no por ello resultó incómodo. Al contrario, caminar por este lugar en su compañía, disfrutando del silencio y la calma, es indescriptiblemente perfecto.

Encontramos una mesa para dos, muy bien situada junto a un ventanal desde el cual se podía ver a un lado la plaza central del pueblo y al otro, el lago. O más bien, lo que las farolas del paseo permitían ver de él.

‒¿Quieres vino? ‒me preguntó en cuanto nos sentamos, ya que el camarero no se había marchado aún. Asentí ‒¿Tiene algún Valente?

‒Por supuesto. Pero no es una cosecha demasiado antigua la que nos queda. ‒respondió el hombre ‒Tenemos otros reservas, si lo prefiere.

‒No. El que tenga estará bien.

‒En seguida se lo traigo.

El camarero desapareció, volviendo a dejarnos a solas y su mirada se desvió hacia el ventanal para contemplar la calle o algo que hubiera en ella.

‒¿Haciendo crecer el negocio familiar?

Vuelve su atención hacia mí y se encoge de hombros con una sonrisa.

‒Para bien o para mal, creo que es el mejor vino que hay en el mercado.

‒Estoy de acuerdo. ‒sonreí.

Veloz como una liebre, el hombre volvió a aparecer con nuestra botella. Sirvió un poco en cada copa, puso dos menús sobre la mesa y volvió a desaparecer.

‒Por esta noche ‒dijo Anahí alzando su copa ‒Por todas las noches que hemos compartido. Ya sea en este pueblo, en un hospital, en la memoria... Dónde sea.

Escuchar eso, me hizo apretar la mandíbula casi involuntariamente y estoy segura de que mis ojos se clavaron en los suyos de forma penetrante. Recordar el hospital y todas las noches que durante más de un año, me he pasado extrañándola, mis pesadillas, todo, me crea un nudo en el estómago que no puedo deshacer.

Sin embargo, alzo la copa y correspondo al brindis, bebiendo a continuación un sorbo de vino. En cuanto el líquido baja por mi garganta, el recuerdo de la otra noche viene a mi mente; cenaba con Cristina y tomar un vino como este, me hizo recordarla, deseando con todo mi corazón, que fuera únicamente ella, la persona que tuviera enfrente.

Ahora es así. Es ella la que está aquí. Y creo que una parte de mí, aún no llega a asimilarlo.

‒Si antes me parecía un misterio tu mente, ahora veo jeroglíficos salir de tu cabeza.

Me ofreció una sonrisa, e hizo un gesto divertido por el aire, como si esos jeroglíficos de los que habla, estuvieran revoloteando alrededor de mi cabeza. Supongo que para tratar de suavizar su comentario. Pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que habla.

‒¿Por qué dices eso?

‒Por tus cambios constantes de expresión. ‒aclaró haciendo más pequeños sus ojos ‒En un momento puedes estar relajada, receptiva y al instante siguiente, alerta, tensa. Es como si una parte de ti luchara contra la otra. Como si una te dijera; "tranquila". Y la otra; "Cuidado".

‒¿Y no somos así los seres humanos? ¿Siempre con una contradicción interna?

‒Tú no. ‒rebatió mirándome con curiosidad ‒Tú eras imprudente. Te dejabas llevar. Sin miedo.

‒Las cosas cambian ‒suspiré apartando la mirada ‒La gente cambia.

‒¿Qué ha cambiado? ‒insistió.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now