En definitiva...

‒Todavía no te escucho respirar.

El susurro de su voz me hizo alzar la vista automáticamente para descubrirla mirándome con una pequeña sonrisa. ¿Cuánto tiempo lleva así? ¿Cuándo tiempo llevo haciéndole un escáner exhaustivo? ¿Y cuánto tiempo más, piensan estar mis cuerda vocales sin funcionar?

‒Dulce, en serio, respira ‒me pidió con cara de preocupación.

‒Estoy respirando ‒respondí por fin.

En cuanto hablé, noté un ligero brillo invadir sus ojos, como si se hubieran humedecido. Tampoco tengo muy claro si es por su parte o por la mía, porque creo que hace varios minutos que mi vista está borrosa por lo mismo.

‒Lo sé. Tienes el pecho agitado ‒informó con una sonrisa, apartando su mirada hacia el bosque nuevamente ‒Extrañaba tu voz.

Me volví a quedar en completo silencio. Quiero decirle tantas cosas, que mi cerebro no es capaz de procesar ninguna, y siento que si trato de hablar, todas y cada una de las palabras se van a quedar atoradas al final de mi garganta.

Ella vuelve a dirigir su mirada hacia mí, haciendo temblar cada centímetro de mi cuerpo por culpa de un escalofrío que me recorre de pies a cabeza.

¡Joder! ¿Cómo es esto posible?

‒Enhorabuena, ‒susurró ‒Ya eres oficialmente Psicóloga.

‒Todavía no.

Sonrió ante mi tajante respuesta.

‒Ya veo que no has cambiado.

Yo también sonreí. Creo que es la primera vez que soy capaz de gesticular desde que la vi aparecer. Y me muero por llevarle la contraria, por decirle que está equivocada y que ni siquiera yo misma, sé hasta qué punto, he cambiado en el último año. Pero sin embargo, simplemente puedo sonreírle, mientras el tiempo amenaza con detenerse nuevamente en nuestras miradas.

‒¿Cómo es posible que esta sea tu fiesta y nos hayas tenido media hora buscándote? ‒interrumpe una voz, haciéndome despertar y voltear. ‒Lo tuyo no es normal.

Claudia me mira con los brazos cruzados bajo su pecho y el ceño fruncido en una expresión de querer matarme. Cristina sin embargo, que está a su lado, me ofrece una dulce sonrisa, como siempre.

‒Quería tomar aire.

‒Llevas tres horas tomando aire y la fiesta empezó hace tres horas y quince minutos ‒espetó alzando una ceja.

‒¿Te importaría dejar de regañarme como si fuera una niña?

‒Es lo que eres ‒se encogió de hombros ‒Una niña que en el último año se ha vuelto una aburrida y en vez de disfrutar de su fiesta de graduación, está aquí... ‒dudó al percatarse por fin de la presencia de Anahí ‒bien acompañada.

Suspiro y doy de cabeza con una sonrisa incrédula. Definitivamente, Claudia no tiene remedio.

‒Claudia, Cris, les presentó a Anahí. Anahí, estas son; Claudia, una amiga y... Cris, ‒miré a la psicóloga, para descubrirla absolutamente sorprendida e intrigada ‒otra amiga.

Anahí le ofreció una sonrisa a ambas, antes de que Cristina hablara por primera vez.

‒Encantada de conocerte, Anahí. Dulce me ha hablado mucho de ti.

‒¿Ah sí? ‒preguntó ella, observándome con cierta curiosidad y desconfianza.

‒Pues a mí, no, ‒intervino Claudia ‒Pero claro, como a mí ninguna me cuenta nada. ¿Desde cuándo son un equipo ustedes, si ésta no sale de su lago nunca? ‒le preguntó a Cristina ‒Voy a pensar que están quedando las tres a mis espaldas ‒su tono se volvió amenazante al mirarnos a las dos, y se encogió de hombros ‒Un gusto, Anahí. Te aconsejo que te unas a mi equipo, porque si no, te puedes encontrar con que estas dos se van solas a cenar ‒mi cuerpo se tensa al escuchar eso y solo puedo desear que Claudia no empiece a meter la pata ‒y luego vuelven, creándose una tensión cortante en el ambiente, y nadie bebe ‒continúa mientras trato de asesinarla con la mirada. Sin éxito ‒y Dulce termina yéndose con Marta a su casa, dejándonos cruelmente abandonadas en un bar. ¿A ti qué te pasa? ‒me dio un pequeño golpe en el hombro ‒¿Y desde cuando no me cuentas que te habías enamorado de una paciente? ‒mi respiración se detiene fulminantemente ‒O sea, sí recuerdo aquella noche en el bar, cuando Marta mencionó algo. Pero no creía que fuera en serio. ¿Y por qué no me lo cuentas? ¿Eres idiota? A mí, que somos familia. Si no llega a ser por mí, jamás habrías conocido al amor de tu vida. Somos... ‒se llevó una mano al mentón, pensativa, mientras yo sólo podía desear que me tragara la tierra o alguien le amordazara la boca ‒Si yo soy la dueña, de la madre de White, ¿qué se supone que somos? ‒me pregunta, como si fuera lo más importante del asunto ‒Bueno, ya se me ocurrirá algún nombre para nuestro parentesco. El caso, es que eres idiota. Y yo necesito una copa.

La Luz De Tu Miradaजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें