El por qué de mi arrepentimiento.

125 17 12
                                    


Luego de tomarme tantas molestias para ayudar a una chica desconocida —que ni siquiera me agradeció por ello—, caminé lo más rápido posible para llegar a mi casa.

Lo primero que hice al entrar a mi departamento fue preguntarle a mi mamá qué había para comer. Cuestión elemental, por cierto, ya que, si había preparado algo repugnante, mi próximo destino sería el restaurante de comida rápida, ubicado justo en frente. Triste fue mi reacción cuando me respondió que el menú era salmón.

Me dispuse a marcharme: no comería tal aberración ni aunque me ofreciera un millón de dólares. Me coloqué los auriculares al tiempo que apretaba el botón de mi celular para reproducir We Will Rock You, una de las mejores canciones de todos los tiempos. Corrí hacia el local tarareando la música y ordené una hamburguesa con papas fritas para llevar, la cual me fue entregada treinta minutos después. Para ese entonces, ya me había acomodado en un asiento de la barra, así que no volví a mi casa.

La comida estuvo deliciosa y más acompañada por mi lista de reproducción encabezada por Heroes de David Bowie y la banda de sonido de Terminator. Pero, ¿quieren saber la mejor parte? Una chica bastante bonita, que aparentaba la misma edad que yo, se sentó a mi lado. Sin embargo, me había salteado un detalle: llevaba exactamente la misma ropa que la muchacha a la que había ayudado apenas una hora antes.

Traté de alejarme disimuladamente pero, con la mala suerte que tengo, se dio cuenta quien era.

—¿Por qué me ayudaste hoy, Martín? —me preguntó bruscamente, tomándome del brazo con cierta violencia— ¿Qué quieres de mí?

—Pues nada —logré articular al tiempo que intentaba soltarme, sin éxito. No puede ser que una chica tenga más fuerza que yo. Qué vergüenza—. Ni siquiera sé quién eres. Y, ¿cómo sabes mi nombre?

—¡Me siento atrás tuyo en el colegio!

—Oye, tú no eres Alanna Ballester. Ella es más...normal.

—¿Cómo que "más normal"? Llevo usando este tipo de ropa todo el año.

—Pero nunca te había visto abrazando un árbol —al volver a recordar aquella escena, luché con todas mis fuerzas para no soltar otra carcajada—. Además, deberías agradecérmelo: no vi que nadie más se te acercara. Yo, en cambio, independientemente de saber quién eras o no, fui y te ayudé. Deberías considerar seriamente tu actitud para conmigo y dejar de comportarte como una demente.

Dicho esto, logré que me soltara y me marché rápidamente hacia mi casa. Ni bien estuve a salvo, llamé a Diego para contarle todo lo ocurrido.

—Amigo, justo estaba por llamarte. Alanna Ballester me ha pedido que le pase tu número de teléfono. No sabía que tuvieras una amiga —comentó con tono burlón.

—Por favor, dime que no se lo diste.

—Claro que se lo pasé. Es tiempo de que conozcas a más personas y, en lo posible, salgas con alguien. Te hará bien, créeme. Saldrás más de tu casa y no le dedicarás tanto tiempo a esa estúpida serie tuya.

—No es estúpida —dije enfadado al instante en que corté la llamada.

La serie que miraba era genial. Excelente reparto, guión y efectos, ¿cómo algo así puede ser considerado estúpido? La historia era sobre un perro que se enfrentaba a los zombies que intentaban comerse a sus dueños durante un viaje hacia el sur de la Argentina. Simplemente brillante y atrapante. Diego es el estúpido.

Creí que ya no tendría que preocuparme por Alanna por ese día, así que empecé a ver —de nuevo— esa fabulosa serie. Pero no habían pasado ni cinco minutos de capítulo, cuando mi celular vibró. Era una solicitud de amistad en esa extraña red social, que casi nunca utilizo, llamada Facebook. Y, ¿de quién era? De aquella chica loca.

¿Qué quería ahora? ¿Acaso se enamoró de mí? Espero que no. Por favor, Dios, dime que no. No necesito gustarle a alguien, y mucho menos a ella. No me agrada esa clase de personas. Sin embargo, para evitar cualquier posible inconveniente, acepté su solicitud.

Al día siguiente, traté de ignorarla durante toda la mañana pero es imposible cuando te envían papelitos de todo tipo de forma constantemente. Ni siquiera decían algo importante, sólo me pedía perdón por su comportamiento ayer y me rogaba que fuera su amigo. Como si eso me importara. Apenas nos conocíamos y mi cupo de amigos estaba lleno.

Pero, si yo estuviera en su lugar, me gustaría que me respondieran, al menos, aceptando mis disculpas. Así que tomé uno de sus papelitos y escribí en el reverso:

No te preocupes. Está todo bien entre nosotros.

Y esta vez Alanna empezó a darme explicaciones por su forma de tratarme, a las que respondí con un simple OK. A diferencia de ella, yo no sentía la necesidad de aclarar nada. Sólo quería salir del colegio para seguir viendo la serie.

AlannaWhere stories live. Discover now