Capítulo 8

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*Dos meses después*

DANIELA

Termino de ducharme y me dirijo, envuelta en la toalla, hacia la cama, donde me aguarda mi ropa de hoy. Me visto lentamente, tampoco tengo prisa por ir a ningún sitio. Me pregunto el día que hará fuera, nostálgicamente. Llevo aquí retenida sesenta y un días. Sí, sigo aquí. ¿He intentado escapar? Obvio sí. No hace mucho, cuando él entró a traerme una de mis tres comidas diarias, saqué el objeto punzante de madera que había logrado hacer con la pata de la mesilla para clavárselo y escapar, pero fué más rápido y astuto que yo, y consiguió dejarme desarmada e indefensa, y para colmo, sin comer el resto del día. Hubo dos intentos más luego de ese, fallidos también. Parece que sepa cada uno de los movimientos que me propongo hacer.

Me seco el pelo con la toalla, ya que en esta habitación no hay enchufes, por lo tanto, ningún aparato electrónico. La puerta se abre mínimamente y aparece él con una bandeja en la mano, tapada.

-Buenos días Daniela. ¿Qué tal has dormido?

-Bien.

Avanza hasta el escritorio y deja el objeto en él para luego situarse en frente mía. Sus ojos verdes ahora me dan asco. Huele a tabaco, es la primera vez que lo aprecio.

-¿Hoy no hay sorpresas?

-No Brais, no hay nada.

***

MIGUEL

Dos meses, y los que me quedan.

La investigación sobre el paradero de Daniela no ha cesado, aunque han bajado bastante el ritmo. Las cosas no han cambiado mucho, no hay nuevas pruebas. La situación de la vivienda de ella hizo que la calle estuviera desierta en ese momento, por lo que nadie vio nada, y si algún coche o persona saliera a la carretera principal se confundiría con el resto. Era festivo, por lo que los comercios estaban cerrados, y en los pisos afirman verme a mi con ella, y nada más. Muchos opinan que, tras la muerte de su madre, decidió desaparecer, pero yo la conozco, Emma la conoce, sabemos que no haría nada así. Ella y yo nos hemos acercado bastante desde la desaparición de Daniela. Nos dimos cuenta de que ya desde antes, nos conocíamos, aunque no nos recordábamos. Pasamos un año del jardín de infancia juntos (yo estaba en el tercer curso y ella acababa de empezar el primero) y por lo que sé, nuestros padres eran socios de negocios, y nuestras madres, por consecuencia, amigas. Pasábamos tardes juntos jugando y paseando por los jardines. Nos separamos luego de empezar primaria, ella estuvo ahí hasta segundo, y yo en cuarto me mudé para otra ciudad, por motivos laborales de mi padre. Allí mi madre murió de cáncer y mi padre decidió regresar cuando terminé el instituto, hace unos meses. Hace poco más de un mes comencé la universidad. He decidido hacer la carrera de psicología, y la verdad, lo llevo bastante bien contando la preocupación constante por Daniela.

Sigo pensando en ella cada día, cada tarde, cada noche. Añoro sus caricias, sus besos, su voz, sus ojos, sus latidos, su piel... Todo. No saber nada de ella, si estará bien o mal, quién la tiene, cómo la tiene, y ante todo, si sigue viva... Trato de borrar todos esos pensamientos de mi mente, cosa difícil, pero consigo concentrarme en el temario de esta semana.

Al caer la noche, decido salir a la calle para despejar la mente, aunque hago todo lo contrario. La desaparición de Daniela no tiene sentido, ella no tenía enemigos, ni mucho menos. Si hubiera sido un secuestrador, habría llamado para pedir un rescate, ¿no? Y si... La hubieran querido para algún fin sexual... No le encuentro explicación, me preocupa que tenga que pasar por eso, que lo pueda estar sintiendo. ¿Y si en verdad ha desaparecido? Es decir, si lo quisiera hacer lo último que haría sería dar explicaciones sobre ello, la muerte de su madre le afectó mucho... Pero no, ella no es así... La conozco...

Todos los infiernos a tu lado.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora