─Eso no fue más que un extraño y absurdo ataque de celos. ─la interrumpí frunciendo el ceño ─No cuenta como lanzarse a mis brazos. Lo que hiciste anoche... ─sonreí con picardía ─Eso, sí fue lanzarte a mis brazos.

─¿Quieres que lo haga de nuevo?

─Lo estoy deseando.

Y antes de que pudiera decir algo más, su boca atrapó a mis labios, consiguiendo que un escalofrío recorriera mi cuerpo de pies a cabeza. No pude evitar estremecerme en cuanto la humedad de su lengua acarició la mía. Se extrañaban, sin duda.

Agarré sus mejillas con delicadeza, queriendo unirla a mí lo más posible y ni siquiera sé cuánto tiempo es que transcurrió. Únicamente estaba concentrada en explorar cada centímetro de su boca. Sentirla, saborearla, acariciarla.

─Admiro profundamente la enorme capacidad de tus pulmones ─comentó riendo y respirando con dificultad ─Pero al menos yo, necesito oxigeno de vez en cuando.

─Cuando te beso... Me olvido de todo. Incluso de respirar.

─Creo que ya almacené oxigeno suficiente ─concluyó sonriendo y volviendo a besarme.

Transcurrieron unos minutos antes de separar nuestros labios otra vez y darnos cuenta, de que el deseo no hacía más que aumentar.

─A este ritmo, nos quedaremos todo el día en la cama. ─susurré tratando de respirar con normalidad.

─No creo que eso sea una idea tan descabellada.

─No... Definitivamente, no lo es.

Justo en el momento en el que íbamos a besarnos de nuevo, algo o alguien, se abalanzó sobre la cama como si acabara de ser invitado.

White llegó coleteando hasta nuestro lado y comenzó a reclamar con lametones, la falta de atención que estaba sufriendo en los últimos días.

─¿Qué te tengo dicho acerca de subirte en las camas, sofás y cualquier otra cosa blanda y cómoda que no sea tu lugar para dormir? ─pregunté fingiendo que lo regañaba.

─¿Ahora es cuando finges haberle puesto límites? ─comentó Anahí, con una sonrisa burlona ─Se nota a leguas, que este pequeño es tu niño mimado y le consientes absolutamente todo.

─Bueno, es mi fiel compañero. ─reconocí orgullosa ─Pero te aclaro, que sí le pongo límites; muy amablemente, le pido que baje de la cama o el sofá y vuelva a su sitio. Pero se niega ─me encogí de hombros ─No puede separarse de mí.

─Eres adictiva... ─susurró ella, volviendo a descender pícaramente hacia mis labios.

─¿Eso crees?

─Si...

La inminente unión de nuestros labios, fue interrumpida por un sonoro ladrido, que casi consigue matarnos de un infarto. Ambas miramos a White, queriendo cometer un delito al instante, pero no pudimos hacer otra cosa más que reír en cuanto lo vimos moviendo el rabo juguetonamente.

─Está bien, está bien ─acepté ─Ya nos levantamos.

Ambas nos resignamos y decidimos abandonar la cama de una vez.

Lo primero que hice fue dirigirme al cuarto de baño, mientras ella, después de haber buscado su ropa interior por algún lugar de la cama, comenzó a jugar con White como si de una niña pequeña se tratase. Escuchaba su incontrolable risa y los jadeos del cachorro, tan fuertes, que no pude evitar la tentación de asomarme al umbral y ver lo que estaba pasando, olvidando por completo lo que iba a hacer. La imagen que descubrí, me enterneció al instante; El pequeño, se revolvía y mordía sus manos con cuidado, llenando absolutamente todo de pelo canino. En algún que otro momento, me habría lamentado porque dentro de cinco minutos, mis estornudos serían imparables. Pero en este instante, la visión me parece tan perfecta, que cualquier mal, pierde absolutamente todo su sentido. Y yo, también amenazo con perderme definitivamente al mirarlos juguetear. Pero es el momento perfecto. Quiero que esa imagen se quede conmigo toda la vida. Así que, con mucho cuidado de no distraerlos, salgo del dormitorio, en busca de mi cámara fotográfica. No tengo que subir a la buhardilla, porque la que utilizo normalmente, ha estado dentro de la mochila todo el tiempo.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now