Capítulo II

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A las once y media Irene ya estaba en pie, preparó sus cosas para ir a la playa y se preparó también el desayuno. Sabía que Nadia no se levantaría temprano, así que llamó para avisar de que llegaría más tarde. Luego llamó a su hermano para comunicarle la noticia. Lo primero que hizo éste, fue ponerse en camino hacia casa de Irene. Apenas pasaban cinco minutos de las doce cuando estaba pegando al timbre unas tres veces, como era su costumbre. Irene, que estaba en la cocina, fue corriendo a abrir la puerta.

―Nacho, ¿tú estás tonto? ―dijo nada más verlo―. Con una vez que pegaras al timbre era suficiente.

―Tampoco es para ponerse así ―dijo mientras entraba―. No te preocupes, hermanita, si Nadia nunca se ha despertado fácilmente.

―Si no es por ella. Es porque yo el timbre lo escucho bien, te lo digo cada vez que vienes.

―¿Y no te cansas de decírmelo? ―dijo irónico.

―Vale. ¿Quieres tomar algo?

―Venga, un zumito ―contestó mientras iba a la cocina.

―Pues háztelo, y de camino hazme otro a mí, que se me ha antojado.

―¿A qué hora llegó? ―preguntó a la vez que exprimía unas naranjas.

―No sé, ¿sería la una o una y media?

―Tú sabrás. Si vino en coche llegaría hecha polvo, ¿no?

―No sé si vino en coche ―contestó encogiéndose de hombros.

―¿Y qué? ¿Hablasteis de algo?

―No, qué va, no hablamos nada.

―La echabas de menos, ¿eh?

―Tú también ―dijo poniéndose a la defensiva.

―Sí, sí, tranquila, yo también. Toma el zumo ―dijo ofreciéndoselo. Acto seguido volvió a retomar la conversación―. Pero no vayas a comparar mi relación con vosotras, que la vuestra. Yo siempre he ido a mi bola, en cambio vosotras... pues no ―concluyó dándole un buche al zumo.

―Ya.

―Aún no entiendo cómo se rompió esa conexión.

―Yo tampoco. ―Volvió a encogerse de hombros―. Le vino una época que discutía con todo el mundo y todo el mundo con ella. Acabó tomándola conmigo... bueno, con Laura también, y con Aída... y con María, y con...

―Vale, vale. Lo he cogido. Por eso tal vez quería irse, escapar.

―Sí, puede. Pero no lo hizo bien, ni cuando se fue ni cuando estaba allí. En seis meses apenas he hablado con ella...

Su hermano la escuchaba atentamente. Pocas veces habían hablado tan abiertamente, tal vez por la diferencia de edad. Nacho era el mayor, llevándole a Irene cinco años, diferencia que, en la mayoría de las ocasiones era insalvable. Él siempre había estado más lejano. En cambio Irene sólo era un año mayor que Nadia y, desde siempre, habían ido en el mismo grupo.

Nadia se despertó sobre la una y en cuanto salió de la habitación se encontró con Nacho, que estaba saliendo del servicio.

―Hola, dormilona ―dijo él a modo de saludo.

―¡Hola! ―contestó ella, sorprendida, mientras se dejaba abrazar por su hermano―. No sabía que estuvieras aquí.

―Pues estaba.

―Me voy a duchar y ahora hablamos, ¿vale?

―Venga... ―dijo mirando su reloj―. Vale.

Nacho volvió al salón, donde, desde hacía un rato, estaba sentado con Irene, que permanecía en el sofá.

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