✨Capítulo 12✨

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Londres, Inglaterra.

La niña seguía sentada en el sofá, con las manos en el estómago. Su hermano le había dado un té y puesto un trapo caliente donde le dolía, pero la molestia parecía no aminorar. En ese instante, Allen deseó que la abuela siguiera con ellos, todavía sentía un nudo en la garganta cuando pensaba en ella.

Sarah ya no estaba.

Los había dejado solos. Una de las dos personas que más quería lo había abandonado, se la habían arrebatado. Se moriría si sucediera lo mismo con su hermana.

Un mes desde que la abuela estaba ausente. Y él se sentía perdido junto con Rebs. Tenía once años, pero todavía necesitaba de alguien que lo cuidara y viera por él. Aunque casi nunca hubiera actuado como un niño, se sentía frágil y pequeño.

Y Rebecca solo lo tenía a él.

—¿Te sigue doliendo? —preguntó con preocupación.

Miró la hora en el reloj que colgaba de la pared.

—No quiero ir —se quejó su hermana con un lloriqueo.

Allen negó con la cabeza. No le gustaba dejarla sola en la casa, tan solo tenía nueve años y a veces solía ser muy distraída y confianzuda con las personas que no conocía.

—Tienes que ir conmigo, no te puedo dejar sola —ordenó antes de meter en la mochila todo lo que necesitaban para el trabajo, ayudaban a repartir las porciones de un puesto de comida corriente. Era un gran alivio, ya que de otra forma no hubiera sabido qué hacer para subsistir.

Y también era un alivio tener un techo.

Rebecca hizo un gesto de dolor.

—Allen, por favor... En verdad, no quiero ir. Déjame aquí, no saldré, lo prometo —masculló su hermana con un puchero. Él volvió a negar.

—Tenemos que ir los dos, no hay discusión —finalizó y la tomó de la mano.

La niña se quejó, pero no protestó más.

Ese día parecía ser uno de esos: grises y húmedos. El cielo estaba nublado y al parecer más tarde llegaría una tormenta, las nubes cargadas y oscuras lo presagiaban. Allen sabía que debería cantarle esa noche a su hermana, ella no dormía con rayos y truenos si no lo hacía. O por lo menos leerle los cuentos que ella misma escribía. Porque sí, a su hermana le encantaba escribir como a él dibujar.

Después de un corto tiempo, llegaron al mercado donde había muchísima gente, puestos, aromas potentes y voces sin unísono. Los niños caminaban tranquilos de la mano cuando un cartelón —con letras grandes y llamativas que invitaba a un trabajo disponible— le llamó la atención a Allen, por lo que centró toda su atención en él. Lo leyó con un poco de esfuerzo, pues no era muy habilidoso con las letras por su escasa educación.

Se volvió emocionado hacia Rebs cuando terminó de leerlo, pero entonces se dio cuenta de que ella ya no le tomaba de la mano. Alertado, la buscó con la mirada a su alrededor, pero no había rastro de ella. Se había esfumado entre tanta gente.

—¡Rebecca! —gritó y comenzó a avanzar por todos lados.

Los minutos pasaron y seguía sin encontrarla. El señor de los periódicos llegó en su ayuda, pero no sirvió de nada. Pronto, algunas personas se dieron cuenta y comenzaron a buscar también, otras dieron llamada a las autoridades. Después de horas, estaba en un sitio extraño lleno de policías —en compañía del señor de los periódicos— sin saber realmente qué estaba sucediendo. No podía procesarlo.

Perdió la noción del tiempo, su cuerpo no paraba de temblar y el llanto tampoco disminuía, a pesar del consuelo que le proporciona el viejo que estaba a su lado. Con sus uñas comenzó a rasguñarse la piel, el rostro, todo lo que podía estar a su alcance, quería acabar con su vida en ese instante. ¿Dónde estaba su hermana? ¿Quién se la había llevado?

—Rebs... —susurró.

Los golpes, el maltrato, todo lo que había presenciado en su antigua casa no se comparaba con lo que sentía en ese instante.

—Sarah... por qué me dejaste solo —ahogó un sollozo.

A su alrededor todos se movían, hacían llamadas y cosas que no entendía.

Entonces los recuerdos empezaron a llegar a su mente y el dolor comenzó a quemarle el corazón, el alma.

"Nadie te quiere, Allen".

"Eres malo".

"Descuidaste a tu propia hermana".

"Ahora ella sufrirá por tu culpa".

Los niños tenían razón.

Él era un monstruo.


***

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