Susana se encogió de hombros.

—Creo que todo dependerá de mi madre, pero no quiero pensar en eso. Vengo a invitarte a una fiesta, es de un amigo de Dylan —anunció la rubia teñida con emoción.

Becca arrugó la frente y recordó la última vez que había ido a una fiesta con ella. No era que no le gustaran, sino que prefería pasar las tardes en otro tipo de lugares con menos... gente.

—Pues no sé...

—Vamos Becca, es una orden. Es sábado, relájate.

Rebecca se frotó los párpados con las manos y se levantó de la cama trastabillando.

—Está bien, está bien... —resopló—. ¿A qué hora pasarás por mí?

—A las siete, pero como son las doce de la mañana porque alguien duerme como muerto, tendrás que apurarte para arreglarte.

Becca, aturdida, miró la hora en su celular.

—Creo que mi cuerpo ya necesitaba un largo descanso.

—Bueno, iré con Dylan por algunas cosas. ¿Qué harás?

Becca alzó las cejas. Ante su pregunta inmediatamente sus pensamientos se dirigieron hacia una sola persona. Sacudió la cabeza cuando sus ojos oscuros llegaron a su mente.

—Bueno, iré a la librería un par de horas y les hablaré a mis padres.

—Bien, yo vendré a las siete. —Susana se contempló en el espejo de cuerpo completo al lado de ella—. Me veo bien, ¿verdad?

—Vete antes de que tu novio piense que te he secuestrado —rio Becca entre dientes y la empujó hacia la puerta.

Su amiga avanzó y se despidió con un guiño.

Becca la despidió y cerró la puerta una vez que Susana salió, pero antes de hacerlo no pudo evitar mirar hacia la puerta de Allen, que estaba cerrada. Se preguntó si él estaría, qué hacía por las tardes, o dónde trabajaba si es que tenía un empleo. Esbozó una mueca.

No había leído por completo su diario para conocerlo del todo, pero no lo haría más, con lo que ya sabía era suficiente para entender las heridas que Allen llevaba en su interior. Aunque aún le quedaban muchas dudas. Su vida parecía ser un misterio andante.

Se vistió con ropa sencilla antes de salir del departamento rumbo a la librería. Perdió la esperanza de encontrar a Allen por el camino cuando no vio su motocicleta en el estacionamiento, ni tampoco la camioneta negra con la que había llegado el primer día. Resignada —tenía que admitir— se dispuso a seguir su camino.

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Cuando terminó todo en la librería y empezó a guardar las cosas en su mochila, su teléfono celular comenzó a vibrar en su bolsillo. Vio el número en la pantalla antes de contestar, era su madre.

—¿Mi amor?

—Hola, mamá, estaba a punto de llamarte —contestó Becca ya con la mochila en el hombro.

Se levantó de la mesa y salió de la librería.

—¿Cómo te has sentido? ¿Todo bien con los medicamentos?

La joven asintió. Jamás se le olvidaban, ya era un hábito tan natural como el lavarse los dientes o ducharse por las noches.

—Sí, todo bien, mamá. Por cierto, tengo una fiesta en la noche, Susana me invitó.

—Becca, cada día es un martirio sin verte, pero te amo, y siempre entenderé tus deseos, pero... ¿Estás segura de seguir ahí sola? Podrías regresar a Jacksonville y estar aquí juntos, al menos... —Su voz había bajado de volumen por la tristeza.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora