CAPÍTULO 24: Secretos

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Además, ¿Por qué parecía de pronto contradecirse a sí mismo? Primero decía no dejar que ella se fuera por parentesco directo y luego negarla como si fuera lo más normal del mundo. Nadie allí lo era. Todos se esmeraron en tratarla de la peor manera posible, la explotaron prácticamente a mantener una enorme casa con todas las obligaciones que tenía. Pero era muy consiente de su situación.

Sabía que mientras trabajaba y "sudaba la gota gorda" por mantener toda su vid en orden, debería quizá estarse divirtiendo como sus amigas, haciendo vida social y viviendo en grande como cualquier muchacha de su edad. Pero así vivía ella. Era una mezcla de agobio y frustración que parecía intensificarse de la peor manera con cada día que transcurría. Lo odiaba.

—Pero... —Recitó con tranquilidad, como si hubiese practicado aquella frase una y otra vez hasta el cansancio hasta altas horas de la noche—. Si quieres irte pues, bien has dicho, no soy quién para hacerlo. Suerte —murmuró antes de encender la pequeña lámpara vieja en una esquina del escritorio y fijar la mirada sobre uno de los tantos papeles en él, ahora más relajado pero aún tenso.

Bien, porque ella se moría por largarse de aquella mansión de los tormentos.

Sentía que nada tenía sentido y que algo le ocultaba pero, realmente, ya estaba cansada de tanto desastre y drama en su vida. Por una vez quería ser una chica sin preocupaciones, con una familia que la quisiera y un lugar suyo donde vivir.

Lo había pensado además. Pero ya era demasiado extraño y con incidente que, aún siendo su padre, ni Marcel ni ella tuvieran el detestable apellido Miller, y Megan sí cuando prácticamente eran de la misma edad. Como fuera, ya cansada de todo y aburrida de su propia existencia, salió de allí cerrando un portazo, viéndose molesta y fastidiada bajo los atentos ojos de su tío. Todo estaba hecho un caos dentro de ella.

Pero paso a paso y segundo a segundo sentía el alma caérsele a los pies. Tenía un nudo en la garganta y los ojos le escocían con furia mientras pensaba en cuánto tendría que pasar para que su vida fuera más tranquila y con menos problemas de los que ya tenía. Su corazón incluso retumbaba con fuerza y dolor contra su pecho hasta herirla, hasta que tenía algo te titulándola por dentro, abrumándola hasta el límite al que jamás antes hubo llegado. Quería sacudirse los cabellos y gritar a todo pulmón su mala suerte, deseaba soltar todo aquello que tuvo guardado durante años tortuosos y momentos dolorosos, sintiendo el primitivo instinto de llorar de la rabia.

Amber era un manojo de nervios del que no podía lidiar ni por un minuto más cuando abrió la puerta de su habitación para encerrarse en ella hasta nuevo aviso. Estuvo entonces sobándose los ojos con el dorso del abrigo cuando lo vio, de pie frente a su mueble y mirando algo en el cajón abierto a más no poder.

—En serio, nena, quiero verte usando esta cosita —Oyó la risa de Aaron tan pronto ingresó, sosteniendo en lo alto una ropa interior diminuta—. No sé, hazme feliz y modela un día para mí.

Se limpió las mejillas y cerró la puerta rápidamente, intentando ignorar la presencia de Foster quién hurgaba en sus cajones bajo la escasa luz que apenas los alumbraba.

Ella se limitó a tumbarse en su cama y a arroparse entre las sábanas sin pararse a preguntarle cómo al menos logró entrar a su habitación.

—Mira lo que tengo para ti —canturreó travieso, los ojos chispeando con diversión cuando giró para acercarse a ella como una pantera hacia su presa. Se subió con ella al colchón y se arrastró hasta ella con una bolsa de, al parecer, tienda de chicas doblado y maltratado.

Pero apenas la miró directamente cuando soltó otra risa traviesa y le entregó el paquete, esperando a que lo recibiera cuando ella ni siquiera lo miró.

AMBER ©Where stories live. Discover now