Capitulo 6: Los sueños, sueños son.

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El despertador volvió a sonar fiel a su cita. La oscuridad iba de la mano con una densidad del ambiente que auguraba que volvería a ser ignorado, como los últimos dos días. Al otro lado de la pared, en el pasillo, Izan acababa de salir del baño. Contempló la puerta de su mejor amigo. Desde que le dijo que se iba a volver a acostar no había asomado la cabeza. Estaban a martes. Había faltado al trabajo el lunes, por lo que el mismo Izan tuvo que llamar a la oficina diciendo que Jairo se encontraba crítico y que no podía ni hablar. Una amable señorita le confirmó que aquel era su último día de asuntos propios, por lo que si volvía a faltar, estaría inmediatamente despedido. Suspiró.

-Jairo -llamó suavemente a la puerta. Sabía del mal despertar de su compañero. - Arriba, bro, que llegas tarde.

Aquella frase sonaba lejana. Como si todo aquello fuera el interior de una pecera gigante. Suponía que estaba soñando. Elsa Pataky, sudorosa y lasciva se acercó a susurrarle que se levantase, aunque nunca supo si se refería a él o a su miembro, comenzó a masturbarlo con unos guantes gigantes de cocina. Jairo no paraba de decirle que así no sentía nada, que tenía que tener contacto humano, pero ella se reía negando levemente. Al mismo tiempo Stich, de la película "Lilo y Stich", desplegaba un recital con el timbal propio de una tarde de mayo en El Triunfo. A Jairo le encantaban los timbales. Estiraba el brazo queriendo alcanzar la azul criatura que lo miraba impaciente, como un cachorro que espera a que su dueño le tire la pelota. Jairo casi no podía respirar, estaba muy agobiado. La gallina Caponata de Barrio Sésamo bailaba sensualmente en una esquina mientras le sacaba brillo a un perchero con sus nalgas. Tenía el pico con los labios pintados y de él asomaba un cigarro Lucky a medio fumar. Jairo se incorporó resignado. Los movimientos suaves y sensuales de Elsa se tornaron torpes y vigorosos. Jairó la miró, pero donde antes se encontraba Elsa Pataky ahora estaba Falete. Se encogió de hombros; había estado en raves peores. Pero aquello le convenció de que era un sueño. De repente, de golpe, la puerta se abrió con la fuerza de un huracán. No fue un sonido normal, sonó a bomba, a cohete despegando, casi le revientan los tímpanos. Tras ese infernal estruendo entró Julia, despeinada y desnuda. A Jairo se le encogió el corazón. Julia lo miraba como si él fuera lo más deseable del mundo. El muchacho observó como aquella diosa terrenal avanzaba hacia él al ritmo de "Adolescentes" de Kiko y Sara. Se subió a su cama, su boca, sus ojos, sus pechos, ella, iban a cazarlo. Se sintió como un ratoncillo silvestre frente a un halcón. Justo cuando iba a morder su boca, en el mismo instante que la felicidad explotaba en su pecho como una mancha de tinta, aquel hijo de Satán disfrazado de noruego apareció en su habitación y agarró a Julia, que recibió una embestida que los llevó a empezar a fornicar encima del mismo Jairo. La gallina Caponata se llevó las alas a la cabeza, horrorizada.

-¡Hijo de puta! -gritó Jairo incorporándose. Miró alrededor. Todo estaba en calma. Olía a tabaco y semen, pero no había nada anormal en su habitación.

-La próxima vez dejo que te despidan, maricón -reprochó Izan al otro lado de la puerta.

Jairo tardó en ubicarse. Suspiró pensando en la falta que había cometido con su amigo, pero ya era tarde para decir algo. Buscó a tientas en su mesita de noche y paró el sonido de su alarma. Encendió un cigarrillo y se tranquilizó. Otra vez la pesadilla de Elsa Pataky. Era una constante cada vez que se dormía. Notaba los músculos entumecidos. Era normal, había pasado los últimos dos días en la cama. Salió de la habitación y fue hasta la cocina. Izan estaba desayunando para irse a su turno.

-¡Hostias bro, qué mal hueles! -se quejó Izan.

-Quillo, tampoco te pases -reprochó Jairo.

-Es que no es normal. No es olor a sudor, es algo asqueroso.

-Sudor, semen, anacardos, Chester, gominolas y mandarinas - enumeró de memoria Jairo.

-Ajam... - asintió Izan mientras dejaba el tazón de cereales en la encimera -Bueno, ¿cómo estás? Cuéntame, ¿pesadillas? -preguntó mientras se movía por la estancia.

-La Pataky Falete de nuevo, sí -suspiró Jairo. Izan trasteaba de aquí para allá mientras asentía a lo que su amigo le contaba -Creo que intenta decirme algo. No sentía nada, ¿sabes? He estado leyendo a Freud y dice que quiero tirarme a mi madre. Pero cuando soñé que era Goku también me decía que quería tirarme a mi madre. Estoy confuso. Y el pobre Stich... Cómo he sufrido. Además de la parte en la que el noruego de las narices encula a la mujer de mi vida. Creo que ahí dentro hay otro mensaje. Aunque quiero que sea feliz, pero creo que yo puedo hacerlo mejor.

-¿No crees que ya pasó tu oportunidad? Deberías centrarte -preguntó la voz de Izan desde el lavadero.

-Sí, tienes razón -asintió tristemente Jairo -Creo que debería olvidarme. Soy un fracaso. Vivo en un tiovivo de fiestas y mujeres para tapar que odio todo lo que tenga que ver conmigo. Estoy estancado. Ya no tengo veinte años y creo que sigo en esas orgías de copas los siete días de la semana. Estoy agotado -se frotó los ojos con las manos -Creo que volveré a la cama...

No pudo terminar la frase. Un cubo de agua helada impactaba contra él, empapándolo, como un latigazo de realidad. Una vez vacío Izan lo dejó en la encimera.

-No eres un fracaso. Eres lo que quieres ser. Vete a la puta ducha y luego coge el autobús hasta tu puto trabajo. Joder, has estado a punto de hacerme vomitar. Cerdo, que eres un cerdo.

Jairo lo miró con la boca abierta con una expresión entre asombro e indignación, pero se encogió de hombros y comenzó a reír. Su risa contagió a su amigo, que rió con él. Era gratificante la sensación de que a pesar de todos los palos, las miserias y la sensación de soledad, siempre tenían a alguien que tiraba de ellos cuando no podían más.

Gatos NegrosWhere stories live. Discover now