Capítulo 2: Ven conmigo.

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Un pálido haz de luz peleaba por filtrarse entre las cortinas. Si bien es cierto que para dormir necesitaba sentirse como un hurón en su madriguera, no había cosa que le gustase más que abrir la ventana y que el sol le diera una bofetada. Se dio la vuelta, clavándose unos papeles. Tentó entre las sábanas encontrándose con una revista porno; sonrió. Se desperezó mientras caminaba en dirección al baño. Antes de abrir la puerta se detuvo frente al corcho que presidía la pared. Una mezcla de fotografías, papeles, entradas de cine y recuerdos de ella le devolvieron el breve asentimiento de cabeza que les regaló antes de coger un cigarrillo. Después de intentar ganarle la matutina carrera a la cisterna y perder por enésima vez, fue hacia el salón en busca de un mechero.

- Joder, bro ¿qué haces? -le increpó Izan.

- No sabía que estabas en contra del desayuno equilibrado en nicotina - respondió mientras se encendía el cigarro.

-Cómo te mates es cosa tuya pero, ¿por qué tengo que verte los huevos todas las mañanas?

Jairo miró hacia abajo, estaba desnudo.

-Tantos años de lucha contra la represión, nuestro sacrificio en Tennesse, la marcha sobre Washington...

-Basta... -lo cortó Izan. -No eres negro. Nunca lo has sido. Y Luther King murió hace cuarenta y ocho años. No estabas allí.

El muchacho desnudo lo miró fijamente, dando una larga calada.

- Me estás poniendo nervioso -insistió Izan.

Jairo se encogió de hombros.

-Tendrías que aprender a disfrutar de la vida, como la vecina de enfrente -se acercó a la enorme cristalera -Mírala, tan puntual como siempre.

Izan se levantó sorprendido. En una pequeña terraza, en el ático del edificio de enfrente, una mujer regaba las plantas mirando de manera intermitente hacia los dos muchachos.

-¿Crees que nos ve? -murmuró Izan.

Jairo compuso una media sonrisa intentando ser misterioso. Volvió a fumar.

-Oh, sí... No es la primera vez que nos encontramos.

-Entiendo... Entonces dices... que la vecina de enfrente y tú os ponéis a miraros los sábados por la mañana.

-Todos.

-Y tú... desnudo.

Jairo asintió.

-Enseñándole tu polla -inquirió Izan.

-Sí.

-¡Tiene setenta años!

-¡Oh, vamos! De perfil aparenta cincuenta.

-Estás enfermo; y muy aburrido. Con el sol y la distancia esa mujer ni se dará cuenta de que vas sin ropa.

Jairo volvió a encogerse de hombros. Hizo un leve movimiento de cabeza dirigido a la vecina, a modo de saludo. Tras unos segundos ella se lo devolvió con un efusivo agitar de manos. Jairo miró a Izan con una sonrisa de triunfo y comenzó a andar por el pasillo.

-Le quito treinta años de encima cada semana -declaró mientras se ponía una camiseta -Voy a comprar, presiento una Granada muy besucona hoy.

No podía tener más razón. Los transeúntes se agolpaban por toda la urbe, multitud de razas, edades y estilos hacían de la ciudad nazarí un crisol de situaciones pintorescas.

-Y claro, ella me dijo que podíamos ser amigos. Y es genial poder tenerla siempre ahí, pero al mismo tiempo quema, ¿sabes? Es como un niño intentando estrujar una manzana siendo tú esa manzana. Agobia pero no llega a doler, a ti te ha pasado, seguro.

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