Capítulo 3: Con humor.

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Hacía más de media hora que Jairo había salido. Izan estaba solo en casa. Había echado las cortinas del salón pues sospechaba que la anciana de enfrente seguí allí, haciendo como que regaba las macetas mientras esperaba otra oportunidad para ver desnudo a su amigo. Aburrido, Izan encendió una cachimba y se sentó frente al ordenador. Le apetecía escribir algo pero antes de que pudiese teclear la primera palabra y tras haber dado cinco largas caladas a la shisha que le dejaron algo tocado, sonó el teléfono.

-¿Diga? -preguntó contestando a la llamada.

-Buenos días -lo saludó una voz femenina al otro lado del auricular -¿Hablo con Izan Acevedo?

-Sí, soy yo.

-¡Qué alegría! El otro día mi sobrino Jairo me habló de ti.

-¿Su sobrino? ¿Usted es su tía?

-Sí, la de Checoslovaquia.

-¿La de Checoslovaquia?

-La misma. Mi sobrino me dijo que habías tenido un problema con un espejo y necesito vuestros datos bancarios para correr con los gastos de la reparación.

Izan no reparó ni un solo segundo en que si realmente esa anciana iba a pagar el espejo roto no necesitaba para nada tales datos.

-Es usted un sol de mujer. Espere, que ahora mismo se los digo.

Tras darle absolutamente todos sus datos, Izan colgó complacido y contento por no tener que ser él quien pagase el espejo que había roto en el rellano cuando llegó borracho a casa el fin de semana anterior. Volviendo a dar una calada a la cachimba, sacó su móvil y tecleó.

-Bro, acabo de darle nuestros datos bancarios a tu tía de Checoslovaquia para el arreglo del espejo de la comunidad. Es una tía estupenda, no me extraña que nos deje fumar dentro del piso.

Tras intercambiar un par de frases más con Jairo a través de Whatsapp, las cuales no dejaron muy tranquilo a Izan, este decidió que los problemas con temas bancarios los resolviese su amigo. Con el ajetreo la inspiración había desaparecido así que apagó el ordenador, se quitó el pijama y se vistió. Se ató las zapatillas, se miró en el espejo de la entrada colocándose la sudadera, se ajustó los cascos a las orejas y pulsó el botón "play". Entró al ascensor, el cual estaba vacío, y dejó que la música le relajase. Era sábado y ese fin de semana Izan lo tenía libre, pues no tenía ningún turno en la gasolinera. Así que aprovechó para ir a visitar a un peculiar amigo. Iba canturreando mientras se dirigía en dirección a Plaza Nueva. La canción "I can't" del grupo "Sing It Loud" lo había envuelto por completo.

-I can't keep myself from saying, I can't keep on messing around. I can't keep your love from saying, you picked me up just to pull me down...

Sin darse cuenta había elevado demasiado el tono de voz y la gente que se cruzaba con él lo miraba riendo. Un grupo de chicas pasó a su lado, cuchicheando entre ellas mientras lo señalaban y reían pero Izan pareció no darse cuenta, y si lo hizo, lo disimuló de maravilla. El día sobre la ciudad nazarí había amanecido estupendo. Las nubes se habían retirado y a pesar de que hacía bastante frío el sol brillaba por encima de los edificios. Restos de nieve se acumulaban en las calles, derritiéndose poco a poco. Subió por Reyes Católicos hasta llegar a su destino. El lugar estaba repleto de turistas que se agolpaban en las terrazas de los bares, desayunando y disfrutando de la belleza de Granada. Cientos de personas iban y venían. Algunos hippies hacían malabares mientras un grupo de turistas chinos los fotografiaban como si estuviesen de safari. Izan sonrió, aquel ambiente le gustaba y le hacía evadirse de sus pensamientos, esos que tan anclados seguían en Érica. Con las manos metidas en los bolsillos del pantalón continuó andando hasta que llegó a la puerta de un pequeño comercio, una tienda de comestibles. Empujó la puerta y entró al mismo tiempo que dos adolescentes, de unos dieciséis o diecisiete años, salían del local cargados de bolsas de palomitas, patatas fritas y refrescos. Izan les sujetó la puerta para que pudiesen pasar sin problema. Los dos chavales parecían tener bastante prisa e iban riéndose por lo bajo. Izan entendió por qué se reían poco después, al encontrarse al dependiente con la cabeza apoyada sobre el mostrador, completamente dormido.

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