Capítulo 5: Domingos de resaca

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Lo despertó el sonido de su teléfono móvil, pues alguien lo estaba llamando. Izan entreabrió los ojos lentamente, desperezándose y maldiciendo con voz ronca. Tanteó la pantalla táctil desde la cama hasta que rechazó la llamada; ni siquiera se molestó en comprobar quién lo había llamado. Le dolía ligeramente la cabeza y la luz que entraba por la ventana lo cegaba. No fue hasta pasados unos minutos cuando se despertó por completo y recordó lo que había ocurrido la noche anterior. Hubo lío en el piso de Julia con la cobra de Ranjit aunque por suerte nadie salió envenenado. Después de eso volvió a casa con Jairo, ambos considerablemente afectados por el alcohol aunque Jairo parecía más deprimido de lo normal.

Sin pensar mucho más en el tema miró el reloj, eran las doce del mediodía. Se levantó, se colocó unos pantalones viejos, cogió el móvil y se dirigió a la cocina. Tenía un hambre terrible así que llenó un tazón de leche fría con cacao en polvo y cereales. Se sentó el sofá, encendió la tele y con movimientos lentos comenzó a devorar su tardío desayuno. Justo en aquel momento estaban dando el programa "Los Hermanos del Pantano". Izan sonrío.

-Si esos cabrones hubiesen estado anoche en el piso de Julia todo habría sido mucho más fácil... -susurró mientras se llevaba otra cucharada llena de cereales a la boca.

En ese momento apareció Jairo con cara de pocos amigos. Lo hizo en silencio, sin decir nada. Miró a su amigo y asintió con la cabeza mientras entraba en la pequeña habitación en la que los chicos tenían la lavadora y algunos trastos más. Izan le devolvió el gesto. Entendía perfectamente lo que Jairo le decía aún sin haber intercambiado ni una sola palabra. Pocos minutos después apareció en el salón una chica bajita, de piel morena y pelo rizado. Se paseaba solo con la parte inferior de su ropa interior, por lo que llevaba todo el pecho al desnudo. Cuando la muchacha entró al salón Izan se la quedó mirando fijamente, aunque le costó muchísimo no centrar su mirada en las tetas de ella. La chica todavía estaba medio dormida y era evidente que estaba completamente desubicada. Miró a su alrededor hasta que reparó en Izan.

-Bueno días -dijo tímidamente -¿Dónde está Alfredo?

-Aquí no vive ningún Alfredo -respondió el otro mientras se levantaba con la cuchara en la boca y sosteniendo el tazón de cereales entre las manos -¿Quién demonios eres tú? ¿Cómo has entrado en mi casa?

-Pero... -se intentó excusar la muchacha.

-Fuera de aquí antes de que llame a la policía -la cortó Izan.

La chica pareció despertar por completo y al darse cuenta de que estaba semidesnuda se tapó el pecho con ambas manos. Corrió hacia la habitación de la que había salido, se vistió y seguidamente Izan se molestó en enseñarle la salida. Cuando se hubo marchado el chico suspiró.

-¡Ya puedes salir! -le gritó a Jairo, que seguía escondido en el lavadero.

Su amigo apareció en calzoncillos y bostezando.

-¿Alfredo? ¿En serio? -le recriminó Izan.

-¿Qué? Es un buen nombre. Alfredo es de origen germánico. Los hombres que se llaman así son tranquilos, serios, un poco tímidos y tienen una llama de sentimientos en su interior que no le permiten mantenerse emocionalmente estables. Los Alfredos son optimistas...

-Ya, sí, ya -lo cortó Izan -Sé perfectamente que te has leído ese estúpido libro sobre los significados de los nombres.

-Cuatro veces -Jairo hizo una pausa -Dilo.

Izan puso los ojos en blanco.

-Jairo, te has leído ese libro cuatro veces. Sabes mucho más de nombres que yo -Izan interpretó la frase con tono infantil.

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