Kimberly Grey no ha tenido mucha suerte en su vida. Con tan solo diecisiete años ha pasado por situaciones muy complicadas y que le serán muy difíciles de olvidar. Cuando piensa que es su momento para ser feliz, la vida le recuerda que no todo es un...
Con una sonrisa demasiado superficial, pronuncio en silencio las palabras «es mío», y no añado el «zorra»debido a que le tengo respeto a ese animal tan inteligente. La rubia–cara–de–asco me observa por última vez antes de desviar su mirada de mi persona al mismo tiempo en el que mi amigo vuelve con los manjares.
Kimberly 1, rubia tetona 0. Nadie gana a un Grey.
—¿Qué te ocurre? —pregunta elevando una ceja.
—Uno, no eleves la ceja, sabes que lo odio. Y dos, una rubia te está comiendo con la mirada. Pero tranquilo, he dejado claro que me perteneces.
—Así que te pertenezco —afirma él mientras ríe—. Deberías informarme de estas cosas Grey, debo de estar al tanto.
—¿Acaso Matthew Dawson está con alguien y Kimberly Grey no tiene constancia de ello?
—No hables en tercera persona, sabes que lo odio. —hace una mueca de desagrado al mismo tiempo en el que me entrega mi helado.
—Oh, a Matthew le molesta que Kimberly hable así. Que lástima, a Kimberly siempre se le olvida.
—Cállate o me voy con la rubia tetona que me está comiendo con la mirada.
—Como Matthew se descuide un poco, la rubia va a comerle más que eso.
¿He comentado ya que amo que mi mejor amigo sea pelirrojo? Así se le nota mucho más esas mejillas tan sonrojadas. Adorable.
—Matthew quiere que Kimberly coma su maldito helado en silencio. —susurra el tomate que tengo enfrente.
—Será mejor para ambos que dejes de usar la palabra «comer» en esta conversación. —su pie se clava en mi espinilla por segunda vez en menos de doce horas. Y sí, vuelve a doler.
—No sabes cuánto voy a agradecer la falta de tus comentarios absurdos. —replica devorando su helado de fresa.
—Bonita forma de confesar lo mucho que vas a echarme de menos.
Sus ojos verdes se clavan en los míos provocando que ambos nos quedemos sin palabras.
—Intenta no olvidarme pronto, ¿de acuerdo?
—Intentaré no olvidarte nunca, te lo prometo.
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Si alguien me preguntara cuál es la peor parte de ir de viaje, desde luego diría la parte de hacer las maletas. Porque sí, he dejado todo para último momento. Y sí, no hay nada peor que esto.
—¿Se supone que toda mi ropa tiene que entrar ahí? —inquiero a la persona que lleva todo el día conmigo.
—Debería —respode—. Pero teniendo en cuenta que solamente usas un cuarto de tu ropa, podemos lograr que entre toda.
