14. Cicatrices

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Los anchos y despejados caminos que rodeaban la civilización dejaron paso a serpenteantes senderos a medida que el grupo avanzaba hacia el sur. Los bosques parecían más frondosos y oscuros, dejando apenas pasar la luz del sol a través de sus variadas y grandes hojas.

Sorin miro hacia arriba, allí donde algunos pájaros extendían sus grandes y hermosas alas en despedida a aquel largo y caluroso día. Era evidente el cambio climático que tenía lugar mientras avanzaban hacia el sur. Las temperaturas diurnas habían subido desproporcionadamente respecto a las nocturnas, que se mantenían rayando el frío invernal.

Por lo que en aquellas horas, cuando el sol se encontraba en los lindes del horizonte y a punto de desaparecer, la bajada drástica de la temperatura era más que evidente.

Buscó en su bolsa la capa que usaba para irse a dormir, dejándola caer sobre sus hombros y tapando así la parte superior del cuerpo. A su lado, Erick le miró indeciso por unos instantes, sacando el mismo otra capa con la que cubrirse. Aquella noche no dormirían hasta que hubiesen salido del centro del bosque; según pasasen las horas, el frío se haría peor.

—Pensé que estaría más cerca. Se supone que este bosque debía acabar en un par de horas como mucho, pero teniendo en cuenta que aún nos encontramos casi a mitad de camino... —dijo Erick, quien frunció el ceño y miró hacia la espesura del bosque con ojos entrecerrados. Sorin siguió su mirada, sin ver nada inusual.

—Los mapas son inexactos. De todos modos, supongo que llegaremos antes de pasado mañana al pueblo.

Era imposible estar seguro de aquello, pero Erick le miró con una leve sonrisa, que murió en sus labios cuando sus ojos verdes volvieron al bosque. Cansado, Sorin caminó durando las siguientes horas en silencio, cada vez más atento al suelo donde pisaba por la poca visibilidad que había.

Lo único que le faltaba era caerse al suelo y retrasar el viaje.

Tras lo que parecieron ser horas interminables, llegaron a un pequeño claro, donde Erick y Carew decidieron descansar. Sorin, a sabiendas de que la causa era él y su jadeante respiración, se negó. Pero sus quejas cayeron en saco roto y Erick le hizo sentarse sobre un viejo tronco caído.

Mirando a sus dos acompañantes, que hablaban sobre algo que Sorin no llegaba a escuchar, sintió verdadera envidia por su condición física. No estaba acostumbrado a aquellas largas y extenuantes caminatas, donde sus pies no dejaban de tropezar con raíces sueltas y piedras puntiagudas que rasgaban sus zapatos.

Con desazón, miró sus pies, donde grandes agujeros en la goma de la suela habían dejado que las piedras más afiladas rasgaran la sensible piel. Aquello dolía.

Y sin embargo no se quejaría.

—Sorin. —la voz de Erick junto a él le sacó de su aturdimiento. Tuvo que parpadear varias veces para enfocar su figura entre la oscuridad de la noche. –Voy a ir a echar un vistazo alrededor. Volaré un rato para comprobar nuestra localización exacta. Duerme todo lo que puedas.

La venganza de un hijo [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora