#20- Atai.

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Rock Lee llegaba al menos media hora antes que sus compañeros de equipo, deteniéndose cerca del gigantesco cráter, que el meteorito había dejado tras el impacto.

La tierra a los alrededores todavía estaba caliente, y el aroma de los troncos quemados a su alrededor, inundaba sus fosas nasales, haciéndolo insoportable. Estaba admirado y aterrado, todo en el mismo momento, ante la destrucción provocada por un agente extraterrestre, y por la fragilidad de cosas que parecen duraderas y fuertes.

Se sentó cerca del sitio, esperando a sus otros dos compañeros de equipo, ya que no quería arriesgarse a ir a la oficina del Hokage solo, ya en más de una ocasión, Kakashi le había regañado por su falta de paciencia y su amor por la competencia, haciéndole ver que en ocasiones no era la mejor decisión.

No pasó mucho tiempo, y escuchó los pasos del joven Yamanaka, y luego lo vio, asomar la cabeza en el borde del cráter.

— Esto es impresionante— admitió, cruzándose de brazos— Es increíble lo que una roca, cayendo a la velocidad precisa, logre tal destrucción.

— Hai— replicó Lee— lo bueno es que fue a las afueras de la aldea.

— No tiene sentido— interrumpió el shinobi mayor que los acompañaba— La trayectoria era clara, el impacto era directo a la aldea. Para caer en este punto, tendría que haber caído desde ese punto— señaló al cielo y luego volvió a meter la mano en su bolsillo.

Los dos jóvenes decidieron no decir nada más, y continuar su camino a la aldea.

Al pasar por la entrada, encontraron el ambiente tenso, varias tiendas cercanas a la salida cerradas, y no parecía que estaban en medio del festival Rinne, Tras informar de su temprana llegada, decidieron separarse, ya que a palabras de los vigilantes de la entrada, Hokage-sama podría atenderlos luego de arreglar ciertas cosas que para ellos, todavía les era desconocida.

Fue así cómo Rock Lee se dirigió a su casa para darse una ducha, y salir a visitar a sus antiguos compañeros del equipo Gai.

El primer lugar que visitó la bestia verde de Konoha, tras salir de su casa, fue el cementerio de los caídos, la pequeña lapida con el nombre de Maito Gai estaba cubierta de nieve, así que se agachó, y quitó la nieve, revelando las letras.

— Konnichiwa Gai-sensei!— exclamó con alegría— Acabo de volver de mi misión. Cayó un meteorito en Konoha, y en las afueras hay un agujero enorme...

El chico seguía conversando con su fallecido maestro, cómo si este estuviera frente a él, escuchando cada palabra. Lee podía imaginar a Gai felicitándole con su característica efusividad, la sonrisa del hombre al que consideró cómo un padre, y sin poderlo evitar, las lágrimas empezaron a emerger, cayendo una a una, silentes. Había dejado de hablar, ya no tenía más palabras, y se dedicó a sacar el dolor en su llanto.

Luego de media hora, más nieve cayendo y volver a quitarla de la lápida, se levanto y fue en dirección a lo de Tenten.

La joven kunoichi abrió con lentitud la puerta, y extendió una sonrisa al ver a su amigo y compañero de equipo, y le invitó a pasar. La casa de Tenten era relativamente sencilla, y fría. La chica vivía sola, desde la muerte de su padre, un año antes de la Cuarta Guerra, y esa era una de las razones por las que prefería mantenerse fuera, llenando su agenda con misiones, por más sencillas que estas fueran. En una ocasión incluso, expresó su deseo de convertirse en maestra en la academia por una corta temporada, buscando un poco de paz interior, y lejanía de su casa, para Lee, bastaba decir que ese deseo se acabó, luego de la Cuarta Guerra.

Colgadas en la pared, el par de hermosas espadas Ninja que el joven había obsequiado a la joven semanas antes le daba la bienvenida.

— No sabía que habíais regresado tan pronto— murmuró, cargando una pequeña bandeja, con pequeñas tazas de té en ella— Dijiste que la misión duraría un mes.

FateWhere stories live. Discover now