Capítulo 7.- La manzana podrida

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Pasadas las seis de la tarde y Eric aún no aparecía. Leo llevaba por lo menos tres horas sentado en el pavimento entre su vivienda y la del castaño. Miraba cada tanto de este a oeste, esperando encontrarse con su supuesto amigo. Liane Cartman tampoco había corrido para atender la puerta por más que tocó el timbre y dio golpes débiles a la madera. Si habían salido o no, lo tenía sin cuidado porque la determinación se había adueñado de él y no planeaba retirarse de su sitio hasta haber acabado con aquel terrorífico plan.
Marjorine debía morir ese día y para siempre para no volver a ver la luz del día. Las fotos seguirían ahí, claro está, pero sería mucho mejor recibir tres meses de castigo a perder un amigo tan valioso como McCormick.

Agachó la cabeza y la colocó entre sus rodillas mientras abrazaba sus piernas con gran pesadumbre. Leopold era un mal chico. No debió hacer todo aquello en primer lugar y se culpaba por seguir creyendo en la palabra de alguien como Eric. No podía evitar derramar su confianza a diestra y siniestra sin pedir algo a cambio. Aprendió algo de la experiencia: su inocencia y estupidez, quizá, no tenían límites.
Su le teléfono móvil ahora no dejaba de timbrar. Mensaje tras mensaje comenzaba a abrumarlo, pero se negaba a terciar una sonrisa y fingir que estaba bien recibir el cariño de Kenny a costa de una mentira. El timbre otra vez. Una canción que había escogido específicamente para McCormick. Se asustó y se obligó a ver la pantalla táctil. Una llamada entrante de Kenneth. ¿Qué debía hacer? Asustado como estaba, lo único que atinó a hacer fue colgar de inmediato y apretar el aparato contra su pecho como si eso pudiera evitar una segunda llamada que como sospechó, no tardó en llegar.

Lo más lógico que se le ocurrió hacer fue apagar el teléfono. Se fijó no volver a caer en la tentación de responder a uno de esos mensajes mientras el inmortal siguiera creyendo que era una chica de Kansas llamada Marjorine. Tenía que estar agradecido de que el chico aún no atara cabos al respecto; pero por lo visto, ese pequeño acto de la infancia quedó tan atascado en la línea del olvido, que sólo Eric y él lo recordaban. Claro, Cartman jamás olvida.

Miró su móvil cuando al cabo de unos minutos dejó de sonar. Seis llamadas perdidas y un mensaje en el buzón de voz que temió abrir. Kenny jamás había llamado por lo tanto era sumamente normal asustarse. Eric no lo preparó psicológicamente para ese pánico; el que desencadenaría una serie de mentiras que cada vez crecían más.

Leopold se propuso hablar con el castaño seriamente del asunto. Le diría lo poco que le importaba que sus padres se enteraran de un nuevo y raro fetiche inexistente. Ser castigado para esas alturas era lo de menos. Y también le pediría que cerrara la cuenta de Facebook. Que no le tenía miedo ni lo podía volver a amenazar con contarle todo a Linda y Steven.

Fin del juego, Eric Cartman.

Y parecía que sus plegarias finalmente eran escuchadas porque la cabellera avellana por fin se mostraba frente a la puesta de sol. Eric lucía atareado, molesto y firme; algo que no le importó mucho al rubio. Leopold se levantó del pavimento con ambas manos hechas puños a la altura de sus hombros. En lugar de otorgar ese matiz amenazante, daba la impresión de querer crear una barrera entre él y su vecino. Sus labios temblaban y en cuanto Cartman se acercó a él con una sonrisa petulante, las ideas y el discurso preparado se borraron por completo de su mente.

-Dame tu teléfono -pidió como si nada y debido a la costumbre. En realidad ya no había de qué asegurarse porque todo estaba preparado para una semana más tarde.

Leopold se negó apretando el aparato entre ambas manos. Ya no le importaba que viera las vergonzosas y profundas conversaciones que mantenía con el inmortal. Le importaba que dejara esa estúpida idea suya y se mantuviera alejado de McCormick, aún si eso significaba ya no poder tener noches de pláticas emocionales o vánales que igualmente eran muy divertidas.

CATFISH: ¿Quién es ella?Where stories live. Discover now