Parte I

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Posó la aguja de punta multirradial del tocadiscos sobre el gran vinilo giratorio. A Foggy Day de Carroll Gibbons inundó la oscura —pero suficientemente iluminada— habitación con su pacífica melodía. Danzó al compás de la pieza musical, acercándose al cuerpo detenido en medio del cuarto, justo debajo de una ampolleta que emanaba una escasa y amarillenta luz, y colgaba de un prolongado cable, casi rozando el frágil y desteñido cabello de éste. Examinó su figura con lentitud mientras acariciaba su barbilla, aprobando el vestuario con un ligero movimiento de cabeza.

Cuello, hombros, brazos, un ligero crack, manos y finalmente piernas. Se alejó unos cuantos centímetros para apreciar su obra de arte, pero su aguda visión captó algo que no encajaba con el concepto. La sonrisa de satisfacción se desvaneció de su rostro por completo. Llevó sus manos hacia su cadera y resopló, removiendo el flequillo que caía fastidiosamente sobre su frente. Su ojo izquierdo palpitó.

—Luhan, cariño, no estás ayudándome hoy... —murmuró entre dientes; su mandíbula permanecía tan apretada que sus molares casi quebraron—. ¿No puedes sonreír?

SeHun frotó nerviosamente la parte posterior del lápiz grafito en su nuca, llegando a hacerse daño en la piel.


Fue un día de otoño cuando lo conoció. Oh Se Hun, un joven de veinte años de edad, envidiablemente alto y de muy buena apariencia, se dirigió hacia el tren de las 9:00 de la mañana, con la croquera bajo su brazo y un lápiz en el bolsillo de su abrigo. Definitivamente, aquella hora era la perfecta para bosquejar personas, debido a que todos los cansados estudiantes de preparatoria carentes de sonrisas tomaban el tren de las 7:15, los estresados adultos tomaban el de las 8:20 para llegar a sus aburridos trabajos, y el tercer tren saliente de la estación transportaba alegres ancianos complacidos con sus vidas, excelente para la temática de su dibujo.

Tomó asiento en el que creía era el mejor ángulo para realizar su trabajo, y comenzó a deslizar la afilada punta de carboncillo sobre el papel, trazando líneas con rapidez. Se dedicó a esbozar la naturaleza que podía contemplarse a través de las ventanas, en primer lugar; aún tenía tiempo hasta la primera parada para retratar a la pareja de adultos mayores que posiblemente llevaban cincuenta felices años de matrimonio, un pequeño niño acompañando a su abuelo y una señora adentrándose a la menopausia.

SeHun no tenía noción del tiempo; cuando levantó su mirada para dibujar algunos detalles generales de la vestimenta del pequeño infante, éste ya no se encontraba junto con el anciano —pues habían abandonado el tren en la primera parada—, y en su lugar se encontraba un chico delgado, de facciones finas y cabello dorado, quien lucía perdido observando algo entre sus manos que parecía ser un mapa de la ciudad.

Las posibilidades de encontrar a alguien tan maravilloso como ideal para sus bosquejos eran limitadas, por lo que sin pensarlo dos veces volteó la página para comenzar un nuevo proyecto, centrándose sólo en el joven frente a él.

El boceto estaba terminado, pero a SeHun le preocupaba olvidar los rasgos del muchacho. Y en realidad, todos los rostros protagonistas de sus obras terminaban siendo creados por él mismo, porque olvidaba a las personas con facilidad, pero deseaba jamás olvidar a quien posiblemente fuera la estrella de su arte. Carraspeó intentando llamar la atención del chico, pero éste se limitaba a ladear su cabeza hasta encontrarle un sentido al trozo de papel frente a él, ayudándose de expresiones faciales que le resultaban bastante divertidas al pelinegro.

Tomó su cuaderno de dibujo de sus piernas y cruzó el pasillo del tren para sentarse junto al de cabellera escandalosamente brillante, incluso en aquel día nublado que amenazaba con llover.

—Parece que necesitas ayuda con eso —señaló SeHun cuando reunió todas sus herramientas de seducción: ceja ligeramente alzada, una sonrisa ladina e inclusive la forma de sentarse.

El joven no parecía percatarse de su nuevo compañero de asiento; estaba tan absorto en su mapa leyendo algunas letras que reconocía, como un niño primerizo, que no tomó en cuenta sus intentos fallidos de conquista. SeHun no estaba molesto por ser ignorado, por el contrario, un agradable calorcillo se apoderó de su pecho debido a la ternura que le causó ver al joven en semejante estado de confusión.

Oyó al muchacho decir algunas palabras en voz alta, y el de facciones muy definidas quitó el mapa de sus manos para leer una pequeña nota adhesiva en una esquina.

—Así que buscas la Universidad de Artes de Daegu.

El de piel blanquecina al fin cruzó su mirada con la de SeHun, y sus ojos lo hacían parecer un pequeño perdido, similares a los de un ciervo al oír el disparo de un cazador.

—Mapa. Mapa —repitió torpemente y con un dialecto extraño—. Universidad... ¿dónde?

—¿Qué tal si te invito a un café y luego te guío hacia la universidad?  

SeHun no se explicaba cómo terminaron los dos sentados en una estrecha y alargada mesa frente a la ventana de una tienda de conveniencia, comiendo fideos instantáneos. No era su estilo, no era lo que esperaba, y no era para nada romántico, pero el delgado chico parecía feliz sorbiendo la sopa.

Ambos conversaron de sus vidas, conociéndose como si esperaran que fueran grandes amigos en el futuro. LuHan —así oyó SeHun cuando éste se presentó— era de nacionalidad china, y buscaba en Corea una oportunidad en los estudios, deseando especializarse en una escuela de fotografía y arte. Aunque a LuHan le dificultaba expresarse con palabras —porque no encontraba las correctas para hacerlo y su coreano era muy limitado—, podía comprender perfectamente a SeHun sólo si lo hacía con lentitud. 

LuHan era pequeño en todos los aspectos, como la contextura, la altura, sus hombros, el tamaño de sus manos; todo menos en la edad, y al pelinegro casi se le desencajó la mandíbula cuando su acompañante lo mencionó, pues imaginaba que era un chico de tan solo 18 años.

Camino a la universidad, SeHun explicó que él era un aspirante a ilustrador profesional y pensaba en postular a un puesto de trabajo en una de sus revistas de arte favoritas. LuHan parecía encantado con las historias del más alto; nunca había conocido a alguien que tuviera gustos similares a él, eso le emocionaba.

Frente al edificio, intercambiaron números telefónicos y prometieron volver a reunirse en una segunda «cita»; SeHun le enseñaría todos los bocetos y algunos de sus cuadros —porque también disfrutaba pintar—, y LuHan le mostraría algunas fotografías tomadas en China y otros países que había visitado antes de llegar a Corea.

El pelinegro lo había conseguido, y no se arrepentía de haber bajado de aquel tren acompañado de su nuevo modelo.




Mótè | HunHan [Completa]Where stories live. Discover now