—Si me dieran un dólar por cada vez que escucho eso, ahora sería mucho más rico de lo que ya soy —habló con un deje de burla en su voz.

—Esto es de suma importancia señor —mascullé tratando de calmar mi enojo.

—También lo es mi cena —a pesar de que lo decía en un tono amable, noté en sus ojos una mirada de fastidio. Ya sé de Ashton heredó su encantadora personalidad.

El señor Summers caminó hacia la puerta, pero se detuvo en cuanto bloquee su camino, suspiró al darse cuenta de que no me movería.

—Bien, hagamos algo. En verdad debo llegar a esa cena o si no mi esposa me matará, vaya a mi casa a las nueve y los ayudaré en lo que pueda.

—De acuerdo, señor Summers, nos veremos a esa hora —declaró Víctor, lo miré incrédulo, eso era en tres horas, no podía darme el lujo de perder tres horas.

El alcalde asintió a Víctor en confirmación, luego me observó.

—Hijo, me gustaría poder irme.

A regañadientes me separé de la puerta para así dejar que el alcalde se fuese.

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Anabelle.

Había perdido la noción del tiempo, no tenía ni idea de que hora era, me encontraba agotada y mareada por la deshidratación, no había forma de soltarme y mi cuerpo ya se estaba resignando, aunque internamente no quería darme por vencida. El sonido de la puerta me alertó que alguien entraba.

—Hora de comer, princesita —anunció la voz del hombre al que había apodado "Dos", ya que parecía ser el subordinado.

Si no estuviese amordazada me hubiese encantado haberle dado una respuesta sarcástica.

De un momento a otro, percibí las amarras de mis pies soltarse, luego de una segundos mis muñecas también fueron liberas, durante dos segundos sentí mis esperanzas renovarse, pero entonces Dos me tomó del cuello de mi camisa y con brusquedad me levantó de la cama, solté un grito de queja, había pasado tanto tiempo en la misma posición y las amarras había lastimado mi tobillos que casi caigo al suelo, ya que no me podía mantener de pie.

Sentí la pesada mano de él empujarme para que me sentara cayendo así en una silla de metal. Dos tomó mis muñecas las llevó hasta el espaldar de la silla y las ató nuevamente, al igual que mis tobillos a las patas de la silla, luego procedió a quitar la mordaza de mi boca.

—Muy bien niña, abre la boca —demandó.

No lo hice, mantuve mis labios apretados.

—¿Prefieres morir de hambre, jodida orgullosa?

Mi estómago rugió exigiendo comida. Traidor.

—Me estás agotando la paciencia. Abre la maldita boca de una buena vez —me encogí ante la resonancia de su voz, se encontraba muy enojado.

Luego de vociferar, Dos me tapó la nariz y de un momento a otro abrí mi boca en busca de aire, fue entonces cuando percibí en mi boca algo pastoso, frío e insípido, la sensación me provocó náuseas, por lo que lo terminé escupiendo en el suelo.

De pronto sentí un ardor en mi mejilla, me di cuenta entonces de que Dos me había abofeteado. Gruñí por el dolor que me causó, sentí mis ojos picar por las lágrimas que se acumularon, pero ninguna cayó ya que fueron absorbidas por las vendas que cubrían los ojos.

—Niña estúpida —fue lo último que escuché antes de que la puerta se cerrara de golpe.

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Sweet Peril. (The Sweet #1) [EDITANDO]Where stories live. Discover now