49. Verdad y lucha

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El llanto de Lea rebotaba entre las paredes de su nueva habitación, movía sus pequeños bracitos exigiendo atención pero a pesar de que la tenía, Max no sabía qué hacer con certeza; trataba de mecerla para que se calmara un poco pero no conseguía hacerlo y Alexandra ya había tardado mucho en su supuesta salida con Ilsa para ir y limpiar un poco su casa pues pronto regresaría a ella muy a pesar de que él deseaba todo lo contrario.

Sin embargo, ya la había retenido durante casi un mes después de haber dado a luz llenándola de pretextos que ella terminaba aceptando luego de la terrible insistencia que él ponía. Si no era por su reposo de los días post-parto era porque él debía viajar a algún lugar y antes quería pasar tiempo con su hija pero la última vez ella había cedido a su nuevo obstáculo sólo si él accedía a hacer la prueba de paternidad que en un principio había exigido.

Los resultados tardarían casi dos semanas en llegar y el tiempo en regla ya se había cumplido, por lo que podían entregarlos en cualquier momento; Max no tenía duda de que Lea era su hija y aquella ocasión había respondido de tal forma en un arranque de coraje era por eso que se negaba a hacerla pero había tenido qué aceptar con tal de que Alexandra pasara un poco más de tiempo a su lado. Pero para ella era de suma importancia comprobar que existía un lazo sanguíneo entre su hija y el hombre que se había atrevido a dudar de ella pues su nombre seguiría manchado en su propia memoria hasta que no viera con sus propios ojos que la prueba tenía casi un cien por ciento de compatibilidad.

La puerta del departamento pareció abrirse y Max salió de la habitación de Lea para cerciorarse de que se trataba de Alexandra; y así era, ella se mostraba contenta pues sus mejillas estaban sonrosadas y tenía una sonrisa en sus labios que se borró al escuchar a su hija llorar.

—¿Por qué llora, Max? —Alexandra dejó su bolsa sobre uno de los muebles y tomó a su hija.

—No lo sé —respondió nervioso.

—¿Le diste la fórmula?

—Sí hace un rato.

—¿Y expulsó el aire? —le preguntó a punto de preocuparse.

—¿Qué? —respondió confundido.

Alexandra suspiró y rodó los ojos. No podía dejarlo solo más de dos horas con su propia hija porque Max no sabía cómo resolver un problema tan simple. Colocó a Lea contra su hombro y ahuecó su espalda con una mano, dio ligeros golpecitos hasta que lanzó un pequeño eructo que la hizo dejar de llorar.

—Te he dicho que después de darle la comida necesita dejar salir el aire que toma al succionar —Alexandra le pasó a la niña y él la recibió.

—Sigue siendo algo nuevo para mí —se excusó y rio nerviosamente.

—Para mí también, Max, pero debes aprender porque entonces Lea no podrá quedarse contigo a solas.

—Prometo que lo haré —sonrió y luego besó una de las suaves mejillas de Lea.

Max fue a sentarse al sofá aún con la pequeña en los brazos y comenzó a mecerla ligeramente para que se quedara dormida. Alexandra había comenzado a cocinar algo para que luego los dos comieran; parecía como si estuviesen jugando a la "casita" en donde los papás se dedicaban a sus labores y a su hija.

Cuando Lea cayó dormida, Max la dejó dentro de su silla portable y él se dirigió a la cocina en donde Alexandra se encontraba de espaldas cortando un pedazo de carne. Si decían que el embarazo dejaba mejor a muchas mujeres, a Alexandra le había caído como anillo al dedo, sobre todo en las caderas y en los pechos y podía asegurar que se pondría mejor de lo que ya estaba pues recién comenzaba a hacer ejercicio. Max estaba harto de tenerla cerca y no poder tocarla como antes lo hacía; llevaba meses sin tener contacto físico con una mujer y las ganas de hacerlo lo estaban quemando más que nunca.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora