38. Viejo amigo

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Antes de abrir la puerta de su casa, llevó su mirada llena de dolor hacia sus padres quienes sólo la observaban en silencio mientras sus semblantes denotaban reproche, angustia y decepción. Sabía que había destruido la imagen pulcra e íntegra que tenían sobre ella pero no podía ocultarles su embarazo y tampoco pensaba hacerlo pues la apoyaran o no, tenían derecho a saberlo.

—Vete, Alexandra —exigió su madre con voz dura.

—Mamá, por favor —suplicó una vez más.

—¡Lárgate, Alexandra! —gritó y Felix la tomó del brazo para prevenir que se le fuera nuevamente encima.

Alexandra salió de su hogar empujando con trabajos las maletas y se sentó en la banqueta de cemento frente a la cochera. Se abrazó a sí misma y comenzó a sollozar ligeramente, esperaría unos momentos para ver si su madre se arrepentía a última hora por haberla echado de la casa pues tenía la ligera esperanza de que lo hiciera pero no fue así.

—¡No te atrevas a seguirla, Felix —la voz de Gisela se escuchó hasta afuera de su casa.

La piel de Alexandra se erizó con el estruendo de su madre y se puso de pie de inmediato, acomodó una valija de agarradera sobre una maleta de ruedas, tomó otra con una mano y comenzó a caminar lo más rápido posible hasta un pequeño parque a unas cuantas calles de su casa pues temía que su madre saliera y la rabia que la invadía ganara en su mente y volviera a atacarla. Cuando se detuvo para sentarse en una banca, temblaba debido a la mezcla de emociones que acababa de experimentar; tenía miedo de que algo le ocurriera a su bebé después de ese enfrentamiento pues se sentía agitada y mareada.

¿Qué se suponía que iba a hacer? Estaba sola en Offenbach y la noche ya estaba más que presente, no podía regresar a Gelsenkirchen, tampoco iba a recurrir a alguno de sus familiares pues sería peor hacerlo si su madre se enteraba, pero de pronto como un pensamiento fugaz recordó a Axel. Tenía su número de teléfono y a pesar de que estuvo tentada a borrarlo en muchas ocasiones no lo hizo porque tal vez podía llegar a utilizarlo y en esos momentos realmente lo iba a hacer.

Marcó el número con la esperanza de que él contestara y no se encontrara en una fiesta o con alguna chica pero entonces escuchó su voz que de inmediato la llamó.

—¿Alexandra?

Suspiró con ligereza al escucharlo pero sollozó inevitablemente.

—Axel...

Escuchó su voz apenas audible y legible.

—Alexandra, ¿qué tienes? —preguntó con preocupación.

—Ayúdame, por favor —dijo repentinamente y sin haber pensado en qué decir.

—Dime dónde estás, voy de inmediato.

Alexandra le indicó la dirección del parque entre sollozos y en menos de 10 minutos él apareció frenando súbitamente su auto. Bajó ágilmente apenas apagando el motor del coche pues la había divisado sola y destrozada; se acercó a ella y la abrazó sin escucharla o pronunciar una palabra. La llevó al auto, fue por las maletas que llevaba con ella y luego volvió a abrazarla, fue cuando comenzó a desahogarse en su pecho.

Axel no sabía cómo ayudarla pero acarició su espalda e hizo círculos en ella con la palma de su mano para tratar de reconfortarla y transmitirle algo de calma.

—Alexandra, ¿qué sucede? —mordió su labio no tan seguro de insistir—. ¿Qué ocurre?

Se despegó de su pecho y cubrió su rostro con las manos, ella no respondió por lo que él encendió el auto y manejó hasta una tienda de auto servicio, bajó para comprar algunas cosas y regresó al coche, luego se dirigió a otro lugar que Alexandra no podía distinguir pues no conocía la ruta por la que se encontraban y ella aún no quería darle la cara para cuestionarlo. De pronto él abrió el portón eléctrico de una casa y metió el auto en la cochera, rodeó el vehículo, abrió la puerta de Alexandra y ella tomó su mano para bajar; Axel abrió una puerta y entraron a la casa que estaba oscura, él la guió aún tomando su mano y después entraron a una habitación en donde él encendió las luces.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora