Capítulo 9

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Capítulo 9


Un fuerte graznido se escuchó desde los cielos y decenas de Águilas descendieren de entre las nubes trayendo los rayos del sol. Fueron ellas quienes desalojaron de las laderas de la montaña a los trasgos que chillaban desconcertados, arrojándolos a los precipicios, o empujándolos hacia los enemigos de abajo. No pasó mucho tiempo antes de que hubiesen liberado la Montaña Solitaria, y los elfos y hombres de ambos lados del valle pudieron por fin bajar a ayudar en el combate.

Pero aun incluyendo a las Águilas, los trasgos los superaban en número. En aquella última hora el propio Beorn había aparecido; nadie sabía cómo o de dónde. Llegó solo, en forma de oso; y con la cólera parecía ahora más grande de talla, casi un gigante.

El rugir de la voz de Beorn era como tambores y cañones; y se abría paso echando a los lados lobos y trasgos como si fueran pajas y plumas. Cayó sobre la retaguardia, y como un trueno irrumpió en el círculo. Los enanos se mantenían firmes en una colina baja y redonda. Entonces Beorn se agachó y recogió a Thorin, que había caído atravesado por las lanzas, y lo llevó fuera del combate.

Retornó en seguida, con una cólera redoblada, de modo que nada podía contenerlo y ningún arma parecía hacerle mella. Dispersó la guardia, arrojó al propio Azog al suelo, y lo aplastó. Entonces el desaliento cundió entre los orcos, que se dispersaron en todas direcciones. Pero esta nueva esperanza alentó a los otros, que los persiguieron de cerca, y evitaron que la mayoría buscara cómo escapar. Empujaron a muchos hacia el Río Rápido, y así huyesen al sur o al oeste, fueron acosados en los pantanos próximos al Río del Bosque; y allí pereció la mayor parte de los últimos fugitivos, y quienes se acercaron a los dominios de los Elfos del Bosque fueron ultimados, o atraídos para que murieran en la oscuridad impenetrable del Bosque Negro. Las canciones relatan que en aquel día perecieron tres cuartas partes de los trasgos guerreros del Norte, y las montañas tuvieron paz durante muchos años.

La victoria era segura ya antes de la caída de la noche, pero la persecución continuo aun a la mañana siguiente; y en el valle no quedaban muchos, excepto los heridos más graves.

Esa mañana las trompetas resonaron por toda la Montaña Solitaria y Dain fue coronado con oro "Rey bajo la Montaña", jurando eterna amistad con las águilas, antes de que estas retornaran a sus nidos.

Enterraron a Thorin muy hondo bajo la Montaña, y Bardo le puso la Piedra del Arca sobre el pecho. Sobre la tumba de Thorin, el Rey Elfo puso luego a Orcrist, la espada élfica que le habían arrebatado al enano cuando lo apresaron. Se dice en las canciones que brilla en la oscuridad, cada vez que se aproxima un enemigo, y la fortaleza de los enanos no puede ser tomada por sorpresa.

De los doce compañeros de Thorin, quedaban diez. Fíli y Kili fallecieron defendiendo con el cuerpo y escudos a su tío, muriendo con honor a su lado. No hubo, desde luego, ninguna discusión sobre la división del tesoro en tantas partes como había sido planeado, para Balin y Dwalin, y Dori y Nori y Ori, y Óin y Glóin, y Bifur y Bofur y Bombur, o para Bilbo.

Allí Dain hijo de Nain vivió desde entonces y se convirtió en Rey bajo la Montaña; y con el tiempo muchos otros enanos vinieron a reunirse alrededor del trono, en los antiguos salones. El reto de la compañía de "Escudo de Roble", permanecieron con Dain, que administró el tesoro con justicia; dando una catorceava parte —a cambio de la Piedra del arca— a los hombres del Lago.

Aun una catorceava parte era una riqueza excesiva, más grande que la de muchos reyes mortales. De aquel tesoro. Bardo envió gran cantidad de oro para la reconstrucción del Esgaroth; y recompensó con largueza a seguidores y amigos. Al Rey de los Elfos le dio las Gemas de Lasgalen, las joyas que él más amaba, y que Dain le había devuelto.

El encuentro de las NubesWhere stories live. Discover now