Con ese propósito fue que la comitiva élfica se había puesto en marcha y a mitad de su camino se encontraron con emisarios de Lago pidiendo su ayuda; ayuda que sin meditarlo mucho el Rey había brindado desviando su trayecto, pero sin cambiar su planes.

Enterarse de la supervivencia de los enanos cambiaba todo, ya no podía internarse en la montaña y tomar las joyas a su antojo; ahora tendría que batirse en duelo para conseguirlo, al igual que era consiente que eses pobre hombre habían perdido todo y merecían parte del tesoro del dragón.

Mientras seguía caminando, Legolas le daba mil y un vueltas a las decisiones de su padre. Había posibilidad de salir victoriosos, pero algo le decía que su padre intuía o sabía algo que el ignoraba por completo.

Se introdujo entre los hombres del Lago, abandonando por completo el campamento de su gente; se colocó la capucha hasta tapar la mayor parte de su cara para evitar ser reconocido por los guardias. Al poco tiempo se paseaban entre la gente prestando su ayuda en todo lo que pudiera.

Pero para su mala suerte apenas se topó con un soldado este lo reconoció inmediatamente y estaba a punto de hacer una reverencia, cuando Legolas con un rápido e imperceptible movimiento para los humanos le indico que no lo hiciera.

El soldado comprendió de inmediato y se pasó de largo; sin embargo no le extraño el comportamiento en el príncipe, él era así y pudo adivinar que no quería ser reconocido para que los hombres no se incomodaran con su presencia, a final de cuentas de no ser por los guardias elfos nadie lo reconocería como el hijo de Thranduil, que muchos ignoraban incluso que se encontraba ahí el mismísimo Rey.

Continuo su caminata entre la destruida ciudad y tal parecía que se había corrido el rumor de su anonimato, pues se encontró con varios elfos pero estos solo le dedicaban miradas llenas de respeto sin delatar quien era.

Se detuvo frente a la improvisada casa de curación llenando sus ojos aún más de asombro al ver humanos con los cabellos blancos y el rostro completamente arrugado. Ver humanos para Legolas era completamente nuevo, cada movimiento lo dejaban sorprendido y su forma de platicar entre ellos lo maravillaba de cierta forma.

Entro sin más y acercándose silenciosamente a una de las elfas que ayudaba a vendar una herida, se colocó detrás de ella observando su trabajo.

—Hay mucho por hacer —hablo de la nada la elfa ignorando por completo quien la observaba, pero estaba más que segura que humano no era—. Deja de estar parado sin hacer nada y ponte a ayudar a tus compañeros a construir los refugios —ordeno la elfa.

—Permítame ayudarla —Legolas sonrió de lado viendo la reacción inmediata de la mayoral, quito las vendas de sus manos y se puso a terminar lo que la elfa había dejado inconcluso.

Hîr nîn*...

—Has sido muy valiente pequeño —interrumpió el príncipe a la sanadora antes de que dijera algo más y centro sus ojos en el niño que tenía la frente abierta—. ¿Cómo te llamas? —el niño no dejaba de observarlo con los sus grandes ojos cafés.

—Aren —respondió tímidamente.

—Mucho gusto, Aren —le mostró una sonrisa a un mayor—; yo soy Legolas... ¿Tienes sed? —era evidente que era cierto, los labios resecos y la lengua agrietad del pequeño lo delataban de inmediato; un poco temeroso Aren asintió con la cabeza. El rubio saco rápidamente de su alforja un odre lleno de agua fresca y lo ofreció—. Toma, vamos sé que tienes sed... adelante —el príncipe del bosque acaricio con cariño su sucia mejilla acercando la boquilla a los labios del niño.

La sanadora solo podía observar la nobleza de su señor; con una sonrisa vio como Aren al principio con vergüenza tomo un pequeño sorbo, pero ante la mirada cálida del príncipe se animó a saciar su sed.

El encuentro de las NubesKde žijí příběhy. Začni objevovat