El comienzo de una tormenta

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Lucía un poco nerviosa o quizás emocionada, eso era algo que no sabría nunca.

«¿Será que mamá presentía su muerte?»

Preguntó mi conciencia, tenía la costumbre de hablar y responderme a mí misma, incluso creía que mi yo interior poseía vida propia.

Cuando lo descubrí desde niña y mamá me encontró hablando sola, le comenté lo que me pasaba y de la vocecita que era capaz de escuchar en mi cabeza; le pregunté si acaso me estaba volviendo loca y ella sonrió con ternura: «No, mi vida. Solo tienes la capacidad de escucharte a ti misma y muchas veces eso bueno, pero trata de hacer caso solo a las cosas buenas que te diga tu conciencia e ignora las malas», me dijo y asentí más tranquila. Aunque tiempo después le pedí que me llevara a un doctor para estar segura, él confirmó lo mismo que ella y desde ese entonces, me dejé llevar por mi voz interior.

Sin embargo, muchas veces peleaba más de lo que hablaba con mi conciencia, ya que me aconsejaba a hacer más cosas malas que buenas, al menos malas para mí en ese tiempo.

—Gracias por estar conmigo, por no dejarme sola —susurré y me aferré al cuerpo de mi novio.

—Siempre estaré para ti, Isa. No agradezcas eso —pidió y me besó en la coronilla.

Elliot era demasiado dulce y nuestra historia casi se podía comparar a la de los libros románticos y repletos de cursilería. Nos conocimos desde que yo tenía ocho años, cuando asistimos al mismo colegio, él iba dos grados adelante de mí, pero mi mejor amiga en ese momento tenía a su hermano en el mismo grado que Elliot cursaba, fue así como nos comenzamos a relacionar. La atracción nació cuando cumplí catorce, por supuesto que él tuvo varias novias y me tocó tragarme muchos celos ya que no se fijaba en mí como quería, mas cuando todo se dio, ya nadie nos pudo separar.

Admito que fui muy consentida por mis padres y eso me hizo soñar siempre con una vida igual a la de los cuentos de princesas Disney y Elliot, se convirtió en mi príncipe perfecto.

Con tristeza reconocí que cada vez estaba más cerca de obtener mi propio cuento de hadas, pues no solo tenía al príncipe encantador sino que también perdí a mi madre.

«Era mejor buscar un nuevo cuento y enamorarnos del villano».

¡Puf! Claro que no, amo a mi príncipe.

Alegué cuando mi voz interior sugirió tal cosa.

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Los días pasaron y con ellos todo se volvió peor.

Papá comenzó a cerrarse más en sí mismo y se refugió en su trabajo, empecé a sentirme sola a pesar de que tenía a Elliot y a mi nana Charlotte Sellers, la mujer era de la edad de mi madre y ambas fueron mejores amigas desde muy jóvenes; busqué a papá para consolarme en sus brazos, pero no siempre tenía tiempo para mí. Cuando llegaba de la empresa se encerraba en su despacho y hacía llamadas en las cuales siempre terminaba gritando y enfadado. Odiaba en lo que se estaba convirtiendo mi vida y para ignorarlo, terminé por retomar de nuevo mis entrenamientos, desde que tenía diez años mamá me inscribió en cursos de defensa personal y artes marciales, hubo un tiempo en el que ella también practicó conmigo, mas lo dejé cuando comenzaron a interesarme más los salones de belleza y las salidas con mis amigos.

Asimismo, terminé tomando el camino de mi padre y me alejé de los pocos amigos que tenía, mis días comenzaron a basarse en ir al colegio, regresar a casa a entrenar, hacer tareas y pasar algunas tardes con Elliot, cuando él no entrenaba en el equipo de fútbol al cual pertenecía, o pasaba de las salidas con sus amigos.

—¡Perdón! —exclamé cuando salía del salón de entrenamientos que teníamos en casa.

Había chocado con un hombre que estaba apostado afuera de ahí, vestía de traje negro y su postura era dura y peligrosa; no era la primera vez que lo veía y la única amiga que todavía conservaba en el colegio, me comentó que notó a alguien siguiéndome. Ese hombre era la misma persona.

Corazón de Hielo ® (Muestra)Where stories live. Discover now