Con el único miembro de la familia que tenía más problemas, era con Ginny. A la pelirroja no parecía que la morena le agradase demasiado, pero nunca lo decía en voz alta, porque Fred siempre se enfadaba con ella en más de una ocasión anteriormente, e incluso Harry también se había enfadado. A Zaira no le importaba realmente ese hecho, no le daba mucha importancia. En realidad, a ella tampoco le agradaba Ginny. Por alguna razón, sus personalidades chocaban y no eran capaces de llevarse bien, por mucho que lo intentasen.


De repente, un fuego verde apareció en la chimenea de la casa, obra de los polvos Flu. Una hermosa chica de largos cabellos negros hasta la cintura, de ojos dorados y de unos veintiocho años de apariencia, acababa de aparecer en la chimenea. Era Zaira. A diferencia de en el Reino de los Cielos, ella había empezado a envejecer, pero aun era bastante joven.

Salió de la chimenea y comenzó a caminar por la casa, después de limpiarse las cenizas que habían quedado en sus ropas. Se detuvo ante un espejo que había en el pasillo de la casa para examinarse, tenía unas pequeñas ojeras debido a la falta de sueño. Había estado trabajando hasta hacía un par de horas. Había tenido que viajar a Dinamarca para buscar a un mortífago y la misión se había prolongado más de los esperado.

En efecto, Zaira trabajaba como aurora en el mundo humano y la verdad, le iba perfectamente. En poco tiempo, se había convertido en la subjefe de los aurores, debido a su gran talento, siendo su cuñado Harry Potter el jefe, claramente. A decir verdad, se le daba demasiado bien eso de atrapar magos oscuros. Quizás, porque no era tan diferente a algunas misiones que había realizado en el reino en el pasado.

Se pasó un dedo por las ojeras y de pronto, desaparecieron, gracias a su poder de ángel. No iba a permitir que nadie notara que estaba cansada.

Tras eso, volvió a caminar hacia el lugar donde había empezado a escuchar voces y llegó hasta la puerta trasera de la casa, que conducía al jardín. Allí, dos niños pequeños corrían para atrapar a un hombre adulto de forma animada. Los niños no pasaban de los cinco años y eran completamente idénticos, pues eran gemelos. Ambos tenían el pelo negro como el carbón y revuelto, mientras que sus ojos eran de un color marrón con algunas motas doradas. Además, se podía ver en las manos derechas de ambos niños, un tatuaje de extraños símbolos, la marca de que tenían sangre de ángel corriendo por sus venas. El que había nacido primero de los dos, se llamaba George Kain, mientras que el segundo, se llamaba Logan Fred. 

Zaira los observó con una amplia sonrisa, juraría que habían crecido otra vez en los días que no había estado. El pequeño George dio un grito de guerra y se abalanzó sobre la persona a la que perseguían; un hombre de unos veintiocho años, pelirrojo y sí, se trataba de Fred Weasley, obviamente. En cuanto el pequeño se abalanzó, ambos cayeron al suelo y Logan aprovechó para tirarse encima de su padre también. Seguidamente, los tres rompieron a reír a carcajadas, se lo estaban pasando de maravilla haciendo el tonto.

Al final la visión que una vez había tenido Zaira de ver a Fred jugando con unos niños se había hecho realidad. Allí estaba el hombre al que más amaba junto con sus dos queridos hijos.

—¡Mamá! —exclamó el pequeño Logan al divisar a su madre.

—¡Has vuelto! —lo acompañó George, emocionado.

Ambos niños se alejaron de su padre y echaron a correr en dirección a su madre. Cuando llegaron, Zaira se puso de cuclillas para recibirlos a los dos y les abrazó con cariño, mientras les daba un par de besos a cada uno en la cabeza.

—Mamá está en casa —dijo ella con una sonrisa.

—Te echábamos de menos —susurró Logan, acurrucándose en los brazos de su madre, buscando sentir el su calor.

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