Prólogo.

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Lissette sabía perfectamente a qué clase de público se enfrentaba: por lo general, no eran más que viejos verdes que anhelaban sentirse jóvenes de nuevo, deleitándose con los movimientos sugerentes de las bailarinas; o parejas sin más, que asistían al espectáculo movidas por la curiosidad.

Acarició el pesado telón de terciopelo rojo que la separaba del público y, cerrando los ojos, se dejó llevar por el alboroto procedente del backstage: mientras algunos de sus compañeros hacían ensayos de última hora y calentaban la voz, otros trataban de respirar embutidos en los incómodos trajes del espectáculo. En algún lugar de la sala sonó el largo quejido de una trompeta. Todos aquellos ruidos se fundían en una reconfortante armonía, que le insuflaba al local aquella vida de la que carecía habitualmente. 

Debía admitir que amaba lo que hacía; bailar era su única pasión. Y si podía vivir de ello, mucho mejor. Pero a pesar de todo, a pesar de haber conseguido lo que deseaba, aquel antro y las circunstancias por las cuales se encontraba allí, le habían robado hasta la última gota de entusiasmo y energía.

Una voz grave y aterciopelada interrumpió sus pensamientos.

—¿Lista, preciosa? —preguntó un hombre, mientras apretaba suavemente el hombro de la chica— Oh, perdona, ¡pero qué digo! Mi pequeña Liss siempre está preparada para entrar en acción y dejarnos a todos con la boca abierta, ¿verdad?

Lissette se giró lentamente. Allí estaban, aquellos ojos que llevaba viendo tantos años. Una mirada aterradora y hermosa a la vez, como el ying y el yang: su ojo derecho era de un color cerúleo brillante, puro; era su ojo izquierdo, negro como un abismo, el que parecía capaz de hacer florecer la parte más oscura del alma de Lissette. La muchacha se estremeció.

Gabriel, dueño del local y jefe de Lissette, dejo al descubierto una fila de dientes torcidos y algo puntiagudos en una mueca que trataba de asemejarse a una sonrisa.

—Por algo eres mi favorita, ¡mi primadonna!

La joven correspondió aquel cumplido con una sonrisa triste. 

—Bien, ¡todos a vuestros puestos! —la voz de Gabriel retumbó en la sala. Los miembros del elenco lo observaban con atención, mientras se colocaban en sus respectivos lugares— Os recuerdo que es nuestra primera actuación en esta ciudad. Y como ya sabréis, mi amado cabaret tiene una reputación que he de mantener. Más os vale hacerlo mejor que la última vez, ¡jamás había visto semejante agrupación de patosos!

Se oyeron suspiros e improperios dirigidos al jefe por todo el backstage, pero él los acalló con una mirada asesina. 

Las bailarinas y los músicos formaban una V encabezada por Gabriel, que ejercía como jefe de ceremonias. Hizo un pequeño gesto con la cabeza y el telón empezó a correrse lentamente, cegando a los artistas con los potentes focos del escenario. 

El público aplaudía con fuerza. Gabriel avanzó a través del escenario, hasta llegar al micrófono. Recorrió la sala con la mirada y, satisfecho, comprobó que casi todos los asientos estaban llenos. La gente lo miraba expectante. Como buen showman que era, Gabriel no iba a permitir que su querido público se llevara una decepción.

—Señoras y señores... Damas y caballeros... —proclamó, con mucha parsimonia— Sed bienvenidos a mi hogar. Hoy tengo el placer de compartir con vosotros lo que más amo en este mundo. Y, a partir de ahora, también formareis parte de esta gran familia.

La banda interpretó música estilo burlesque. Lissette y sus compañeras comenzaron a ejecutar la coreografía, mientras miraban con picardía al público y lanzaban besos. Los espectadores vitoreaban extasiados.

—Os prometo que jamás olvidareis esta noche.

Lissette siguió el guión. Se puso junto a Gabriel, elevó la pierna exhibiendo su flexibilidad y fijó la mirada en un cincuentón que se encontraba sentado en la segunda fila. Le regaló un guiño, haciendo que el hombre fingiese un repentino interés por alguna inexistente pelusa en su jersey, intentando ocultar lo avergonzado y excitado se sentía. "El típico madurito insatisfecho con su vida", pensó, condescendiente.

—Gracias por acompañarnos. Gracias por confiar en nosotros —el jefe rió suavemente y miró al público con actitud juguetona—. Esta noche disfrutareis de las chicas más hermosas del mundo, los mejores músicos de la ciudad y la velada más espectacular de vuestras vidas. Así, pues...

El grupo comenzó a tocar con mayor intensidad.

—Sed bienvenidos a...

Todos los presentes miraban a Gabriel con los ojos como platos. El silencio inundó la sala, hasta que finalmente el jefe del cabaret decidió hablar:

—¡Cabaret La Tragédie!

Y el espectáculo comenzó.

Cabaret La Tragédie (cancelada).Where stories live. Discover now