p r ó l o g o

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«El último suspiro»

Verse en aquella situación puede contar incluso como masoquismo, pero si lo ven desde el punto de Oh Sehun aquello simplemente es arte. Cuando las venas se rompen, cuando los huesos crujen, cuando la sangre escurre en el manto, viene el destello opulento en el escenario; un millar de sensaciones liquidan sus sentidos, y el placer se antepone al crudo y apabullante dolor.

Sehun está tendido en la cama de Luhan, las sábanas verdes hace mucho rato dejaron de ser de ese color, ahora se pintan de rojo como se pinta la luna durante un eclipse y hay un frío casi parecido a la noche aunque poco imperceptible, no obstante la sangre que escurre de su cuerpo lo calienta todo a su paso.

Luhan tiene hambre, y por millonésima vez, Sehun deja que se sirva de él. No hay nadie en esta tierra que pueda lidiar con la gula que se instaura en el pecho del castaño, con sus dientes abrazando todo a su paso, con sus manos tomando pedazos considerables de su cuerpo; no hay nadie salvo Sehun.

Puede morir, puede desfallecer en la boca de Luhan pero mañana volverá. Mañana le retirará las lágrimas a Luhan de los ojos y abriendo su camisa dejará que Luhan muerda un poco demasiado fuerte sus clavículas porque «Sehun-ah, tan delicioso.»

Hay arte en cada mordida, pero también hay placer cuando, en afán de menguar su dolor, Sehun se hunde en el interior de Luhan y lo penetra mientras charcos de sangre ahogan sus gemidos. Luhan muerde los muslos del menor en un punto determinado, y éste gime.

—Tan mío, mi carne —Es lo único que, como rezo, Luhan repite. Sus labios se mueven besando, mordiendo. Luhan es una bestia de uñas largas que aniquila todo a su paso.

El cuerpo de Sehun lentamente se va pulverizando, partículas de sí mismo danzan a la par de las lágrimas; Luhan le pide perdón pero no se detiene, Sehun no deja que lo haga.

Tiempo atrás era una pesadilla de la que nadie podía hacerse cargo, ni siquiera Do Kyungsoo resguardado detrás de sus vestiduras negras y su sombrero místico, ni la galante compañía de Kim Jongin llamándoles conejillos de indias a ambos chicos y acompañando a Kyungsoo en sus experimentos. Tiempo atrás las mariposas rojas izaron el vuelo y Luhan las tocó a pesar de la clara advertencia de aquel que, para entonces, era un desconocido.

Tiempo atrás, Luhan comía carne animal como cualquier otro, y ahora se está comiendo la carne de Sehun; pero está bien.

Luhan tiene tanto apetito como sonrisas furtivas debajo de sus labios, siempre necesita comer, comer, comer. Sehun ha sido maldito, aunque en el fondo lo siente como una bendición, Luhan necesita comer y a él no le importa otorgarle un pedazo de sí mismo. O si bien, todo de él.

El de cabellos castaños lame el pecho de Sehun antes de morderle el corazón; quien diría que el consejo de Baekhyun ese de «Conquístalo, deja que muerda tu corazón» hoy día fuese tan literal. Sehun se remueve cuando un orgasmo le arrebata la razón, o lo que es lo mismo, cuando Luhan captura los últimos hilos que le mantienen con vida.

De igual forma suspira por última vez antes de que la muerte lo abrace. Cierra sus ojos y lo último que ve es a Luhan llorando y pidiéndole perdón. Sehun no dice nada, lo hará cuando despierte. Le dirá que todo está bien mañana, cuando lave las sábanas, las tienda sobre la cama, se recueste y deje que Luhan le devore, otra vez.

Luhan es un monstruo, pero Sehun es su carnada viva.

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